martes, 4 de febrero de 2014

POSIBLE GERMEN DE ALGO




Me apetece compartir con vosotros el comienzo de una historia que empecé a escribir hace tiempo. Me gustaría saber si después de leer este fragmento, os apetece saber cómo sigue. No dudéis en hacer uso del apartado "enviar comentarios" que aparece al final.


             Enrique terminó el turno de tarde que tanto odiaba y como compensación se decidió a ir al polígono. Le pillaba de camino a casa; siete años trabajando en el mismo sitio y aguantando la misma rutina tediosa y nunca reparó en que entre su casa y su hotel existía un oasis que le brindaba sensaciones intensas tan opuestas a su hastío cotidiano. Sólo de pensar en hacer una parada  se le secaba la boca y  se le disparaban las palpitaciones. Recordó la primera vez que se decidió a hacer una primera incursión exploratoria con el fin de verificar si en verdad era cierto eso que había visto en los reportajes documentales de la tele rodeado del remanso de estabilidad de su hogar con Margarita y sus dos hijos Teo y Víctor.
 Los faros de los vehículos circulando en todas direcciones en busca de lujuria lo intimidó, se vio obligado a bajar los pestillos del coche como medida de seguridad, como marcando distancias y estableciendo una barrera infranqueable entre aquel sitio tan sórdido y su vida de padre de familia honrado. Aquella primera vez le inspiró sentimientos de repulsa y miedo a lo desconocido. Contemplaba con una sensación mitad asco mitad pavor cómo los coches se paraban delante de las prostitutas y bajaban la ventanilla y cómo luego, una vez establecido el precio por calmar los dragones internos del instinto básico, conductor y puta se alejaban en el coche buscando un lugar oscuro en donde poder dar rienda suelta a los deseos ocultos más reprimidos. Conducía despacio observando a las prostitutas que mostraban sus piernas o sus pechos para atraerlo al lado oscuro, el lugar era sucio, todo el suelo estaba lleno de preservativos usados y pañuelos de papel sucios.
Enrique comenzó a sentir los golpes secos de la culpa, lo que en principio le resultó una forma de combatir el tedio, se había convertido en una sensación incómoda. Se acordó de su mujer y sus hijos que lo estarían esperando en casa- La culpa es la más íntima aliada de la convención- Enrique aceleró y se marchó a casa, esa fue su primera vez.
Transcurrió más de una semana hasta que Enrique se decidió de nuevo a volver a ir al polígono. La segunda incursión tuvo lugar un día en el que Enrique se sentía pletórico, a diferencia de la primera vez en la que fue el hartazgo y la rutina las que lo empujaron al abismo. No, esta vez Enrique había tenido un día en los que la vida se torna generosa y te hace sentir necesario e importante. En el trabajo su jefe lo había puesto como ejemplo ante dos becarios en prácticas, se los había encomendado como modelo a seguir
- Enrique lleva con nosotros siete años y os explicará lo que él hace para ser una pieza clave en la empresa.
 La frase se le quedó grabada y le volvía a la mente a modo de estribillo de canción pegadiza. Sonreía mientras conducía, se regodeaba y demostraba al mundo lo poco con lo que uno puede ser feliz, un simple comentario quizás por cumplido o  tal vez a modo de látigo del dueño de la plantación que anima al esclavo a seguir recolectando algodón. Enrique se sentía a gusto y por qué no, feliz. Margarita lo había llamado a la hora del almuerzo y le había contado que Teo había hecho una tarjeta de felicitación dedicada al mejor padre del mundo. Lo peor de los halagos es que le brindan a uno la falsa sensación de que es necesario e imprescindible, construyendo una falsa autoestima incapaz de soportar el más mínimo fracaso.  Así pues, arropado por la fina capa de la lisonja barata, Enrique se sintió capaz de volver de nuevo al polígono y bajar la ventanilla para hablar con una prostituta.