Me apetece compartir con vosotros el comienzo de una
historia que empecé a escribir hace tiempo. Me gustaría saber si después de
leer este fragmento, os apetece saber cómo sigue. No dudéis en hacer uso del apartado "enviar comentarios" que aparece al final.
Enrique
terminó el turno de tarde que tanto odiaba y como compensación se decidió a ir
al polígono. Le pillaba de camino a casa; siete años trabajando en el mismo
sitio y aguantando la misma rutina tediosa y nunca reparó en que entre su casa
y su hotel existía un oasis que le brindaba sensaciones intensas tan opuestas a
su hastío cotidiano. Sólo de pensar en hacer una parada se le secaba la boca y se le disparaban las palpitaciones. Recordó la
primera vez que se decidió a hacer una primera incursión exploratoria con el
fin de verificar si en verdad era cierto eso que había visto en los reportajes
documentales de la tele rodeado del remanso de estabilidad de su hogar con
Margarita y sus dos hijos Teo y Víctor.
Los faros de los vehículos circulando en todas
direcciones en busca de lujuria lo intimidó, se vio obligado a bajar los pestillos
del coche como medida de seguridad, como marcando distancias y estableciendo
una barrera infranqueable entre aquel sitio tan sórdido y su vida de padre de
familia honrado. Aquella primera vez le inspiró sentimientos de repulsa y miedo
a lo desconocido. Contemplaba con una sensación mitad asco mitad pavor cómo los
coches se paraban delante de las prostitutas y bajaban la ventanilla y cómo
luego, una vez establecido el precio por calmar los dragones internos del
instinto básico, conductor y puta se alejaban en el coche buscando un lugar
oscuro en donde poder dar rienda suelta a los deseos ocultos más reprimidos.
Conducía despacio observando a las prostitutas que mostraban sus piernas o sus
pechos para atraerlo al lado oscuro, el lugar era sucio, todo el suelo estaba
lleno de preservativos usados y pañuelos de papel sucios.
Enrique
comenzó a sentir los golpes secos de la culpa, lo que en principio le resultó
una forma de combatir el tedio, se había convertido en una sensación incómoda.
Se acordó de su mujer y sus hijos que lo estarían esperando en casa- La culpa
es la más íntima aliada de la convención- Enrique aceleró y se marchó a casa,
esa fue su primera vez.
Transcurrió
más de una semana hasta que Enrique se decidió de nuevo a volver a ir al polígono.
La segunda incursión tuvo lugar un día en el que Enrique se sentía pletórico, a
diferencia de la primera vez en la que fue el hartazgo y la rutina las que lo
empujaron al abismo. No, esta vez Enrique había tenido un día en los que la
vida se torna generosa y te hace sentir necesario e importante. En el trabajo
su jefe lo había puesto como ejemplo ante dos becarios en prácticas, se los
había encomendado como modelo a seguir
- Enrique
lleva con nosotros siete años y os explicará lo que él hace para ser una pieza
clave en la empresa.
La frase se le quedó grabada y le volvía a la
mente a modo de estribillo de canción pegadiza. Sonreía mientras conducía, se
regodeaba y demostraba al mundo lo poco con lo que uno puede ser feliz, un
simple comentario quizás por cumplido o
tal vez a modo de látigo del dueño de la plantación que anima al esclavo
a seguir recolectando algodón. Enrique se sentía a gusto y por qué no, feliz.
Margarita lo había llamado a la hora del almuerzo y le había contado que Teo
había hecho una tarjeta de felicitación dedicada al mejor padre del mundo. Lo
peor de los halagos es que le brindan a uno la falsa sensación de que es
necesario e imprescindible, construyendo una falsa autoestima incapaz de
soportar el más mínimo fracaso. Así
pues, arropado por la fina capa de la lisonja barata, Enrique se sintió capaz
de volver de nuevo al polígono y bajar la ventanilla para hablar con una
prostituta.