domingo, 13 de marzo de 2016

TEMPUS FUGIT/ LA MALDICIÓN DE CRONOS.


Tengo una cafetera italiana eléctrica Lavazza que  requiere para su funcionamiento de unas cápsulas de café monodosis que solo pueden adquirirse a través de internet.

Como hay que realizar un pedido superior a 40 euros para evitar los gastos de envío y además tampoco me apetece estar haciendo pedidos cada dos por tres, compro café para seis meses.

La primera vez que hice un pedido: “café para medio año”, me pareció una exageración. Hoy tuve que hacer otra vez el pedido, porque ya ha transcurrido ese medio año que me parecía una eternidad. Me quedé estupefacto cuando descubrí que quedaban pocas cápsulas haciendo el café de la mañana (¡pero si pedí hace dos días!).

Algo así me pasa con la ITV del coche. La tengo que pasar cada año y cuando me llega la carta avisando que tengo que volver a pedir cita juraría que lo hice hace un par de meses.

Con los cursos académicos (los profesores nos manejamos mejor por curso académico que por año natural) me pasa algo peor. Al tener el trabajo organizado en tres trimestres con periodo vacacional que actúan en parte como cruz de guía en las estaciones de penitencia, los cursos vuelan y llega un momento en el que caigo en la cuenta de que el niño de doce años que se sentaba hace dos días en el pupitre, está a punto de enfrentarse a la selectividad este mes de junio.

Hace un par de semanas, ordenando unos libros, descubrí una fotografía tamaño carné de mi persona con 23 años. La cogí y me quedé mirándola un rato.

 ¿Quién es este niñato que me mira tan serio?-pensé.

No podemos ser la misma persona. No puede ser.

Dicen que todas las células de nuestro cuerpo se regeneran por completo cada cinco años aproximadamente. Por lo tanto, biológicamente hablando, ese imberbe y yo no tenemos nada que ver. Tan solo el líquido gelatinoso de los ojos y los óvulos de las mujeres son los mismos el resto de nuestra vida. Con razón me quedé un rato mirando a aquel extraño.

Es curioso que me da mucho más vértigo cronológico una foto mía de adolescente que una de niño. No tiene mucha lógica, teniendo en cuenta que ha transcurrido más tiempo de la foto de mi niñez.

Supongo que a todo el mundo le pasa algo parecido con el paso del tiempo pero  el hecho de estar rodeado de adolescentes (criaturas acrónicas a las que los adultos les hablamos de un planeta desconocido y lejano llamado futuro) hace que los días, semanas, meses y años se vuelquen en vez de transcurrir a un tempo más a menos estable y regular.

Me he comprado un reloj de arena. Me gusta mirar cómo cae la arenilla mientras se me pasa la vida. Me gusta perder el tiempo, me relaja quitarle hierro a la maldición de Cronos.



lunes, 7 de marzo de 2016

CAMBIAR EL MUNDO

Corea del Norte amenaza con ataques nucleares a Estados Unidos y a Seúl. Esta tarde tengo que ir al súper.

Algo así escribía Frank Kafka en su diario: “Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde fui a nadar.”

¿El ser consciente de que algo pasa en el mundo repercute en nuestro día a día?

Que haya huelga de recogida de basura no impedirá que siga generando residuos sólidos. Ahora una famosa cadena de supermercados británica vende naranjas peladas y en un envase de plástico pensando en aquellas personas con algún tipo de handicap que les impida pelarlas según alegaban los inventores de un producto tan poco ecológico. Por cada naranja, una cajita de plástico al vertedero y un manco con su dosis de vitamina C. 

No me extraña que en el Oceano Pacífico exista una isla flotante de basura cuyas dimensiones sean cuatro veces el tamaño del estado de Texas. El otro día se lo contaba a mis alumnos y les puse un vídeo en Youtube del “garbage patch”, como lo llaman los americanos.







-¿Y qué quieres que hagamos, profe?- me preguntaron algunos.

Pues nada, id a nadar por la tarde como Kafka el día que estalló la guerra.

No sé. Hay veces que creo que el mundo se puede cambiar con pequeñas acciones  por parte de cada uno de nosotros. Esos días, por ejemplo, sonrío a los desconocidos que me topo. Una sonrisa no cuesta mucho y se agradece siempre. Últimamente no me topo nada más que con camareros con cara de coño a los que tengo que suplicarle que me cobren lo que me he tomado.

-¿Por favor, sería tan amable de traerme la cuenta?- me pongo hasta cursi y ridículo con el exceso de amabilidad que aprendí estudiando francés. Solo se es tan extremadamente cursi en los diálogos de los manuales para aprender idiomas y en mi caso, cuando necesito que un camarero me traiga la cuenta.  

Al final me la traen siempre, pero con la cara avinagrada.

A veces me pongo de parte de los camareros y les reconozco que tienen un trabajo duro. Eso de servir a tantísimo maleducado malnacido el café de por las mañanas es para que le den un premio a cada uno de ellos y para que ir con cara de asesino en serie a todas partes esté más que justificado.

Otras veces, fantaseo con que les pongo una hoja de reclamaciones y ellos me piden perdón por haberme tratado tan mal. Solo fantaseo. No quiero consumar la fantasía y quitarle el chiste. En la fantasía todo sale bien y siempre me piden perdón. Estoy seguro de que si lo hiciese en la realidad, lo único que conseguiría sería un escupitajo en el siguiente cortado que pidiese.

Pues eso, los días que tengo más fe en la raza humana, les cuento cosas del mundo a los alumnos, para hacerlos conscientes de la realidad tan mejorable que vivimos en el planeta Tierra creyendo así que al hacerlos partícipes de lo que falla, ellos podrán mejorar el mundo venidero.

Otras veces, los veo retocarse el flequillo cada cinco minutos y pierdo la fe en la humanidad por completo. Al final, la directora de mi banco va a conseguir que me abra un plan de pensiones privado a pesar de que cada vez que me lo propone yo le digo que no, que maldita la gracia de estar pagando todos los meses para que luego te encuentren como a Carmina Ordóñez en la bañera el día menos pensado.

Ella sonríe, supongo que es una estrategia de marketing. Ya casi nadie sonríe sin esperar nada a cambio.