sábado, 30 de agosto de 2014

EL FINAL DEL VERANO


Septiembre es un mes que da mucho juego al igual que enero. El fin de las vacaciones nos hace querer ser mejores en algo a modo de compensación por lo que dejamos atrás.

 ¿Cuándo empezó a ser traumático el final del verano? Sin lugar a dudas, la serie Verano Azul tiene parte de culpa. Este verano pude ver el último episodio de su enésima reposición y me resultó tan triste ver cómo Julia con su cara de buena persona capaz de resolver todos los dilemas morales de cualquier ser humano respondía “¿Quién sabe?” cuando Barrilete, el policía local,  le preguntaba si volvería a veranear en el mismo sitio al año siguiente.

Y no hablemos ya de la canción del Dúo Dinámico invitando a todo el mundo a abrirse las venas al unísono con un cutter bien afilado. El final del verano llegó y tú partirás/ Yo no sé hasta cuándo este amor recordarás…

Tal como llegó, se fue, así que apechuga. ¿O acaso te creías que te ibas a pasar el resto de tu vida en la playa a la bartola? ¡Menudo ingenuo ocioso holgazán parásito que solo sabe ir a terracitas y levantarse siguiendo el ritmo natural del cuerpo humano prescindiendo de artefactos ruidosos que suenan por la mañana temprano para hacer de ti un ser productivo al servicio de la sociedad!

No te lo tomes como algo personal, es lo que hay. Dicen que el trabajo es un invento genial para ocupar la mente cinco días a la semana (o seis o siete, dependiendo del negrero en cuyas manos hayas tenido la desgracia de caer)

 Tranquilo, no todo está perdido, el otoño llegará con su belleza y su aire de nostalgia y con él los paseos al atardecer pisando hojas caídas  a la espera de una futura regeneración total de la naturaleza cual Ave Fénix.

 ¡Hala, qué bonito! Pero yo quiero seguir levantándome a las tantas. No ha nacido aún el poeta que consiga lavarme el cerebro a fuerza de versos cursis y rancios paralelismos entre estación del año y etapas del ser humano. Ya está muy visto.  

Algo de broma hay en lo que acabo de decir. Tampoco creo que un eterno veraneo me hiciera feliz. Necesito del invierno para apreciar el verano y quizás a la inversa.

Es más, creo que el verano está sobrevalorado, basta escuchar los superéxitos veraniegos donde las letras tienen básicamente dos leitmotiv: el calor y la fiesta.

La climatología empezará a marcar una nueva etapa en tu vida. Está bien cambiar de vez en cuando, ¿no? (Esto que estoy haciendo se llama autosugestión)

Y ahora, vayan desempolvando sus guitarras, sus tarjetas del gimnasio, sus coleccionables de Planeta de Agostini, su matrícula de la academia de inglés, sus zapatillas para correr por las tardes, sus zapatos de claqué, su libro de cocina y su Thermomix o cualquier otro distractor que les ayude a encajar mejor el golpe. ¡Ánimo campeón/a!

jueves, 28 de agosto de 2014

ESCALONES CRONOLÓGICOS


Me monto en la báscula digital inteligente y me pide ingresar mi altura en centímetros. Al cabo de unos segundos, secciona mi cuerpo en porcentajes de hueso, agua, masa muscular y tejido adiposo y me hace sentirme una amalgama de materia orgánica entretejida . Termina arrojando una cifra de calorías que debo ingerir diariamente para mantener mi peso actual.

Desciendo del artefacto y empiezo a pensar en el escalón cronológico que me separa de los griegos de la antigua Grecia y su teoría de los cuatro humores (bilis negra, bilis, flema y sangre) de los que consideraban que estaba hecho el cuerpo humano y en Miguel Servet en el Renacimiento a punto de arder en la hoguera acusado de blasfemia por su teoría de la circulación sanguínea.

Me siento al otro extremo de la cuerda al pertenecer al siglo XXI y prestar atención a una máquina que me fracciona en proporciones precisas pero no puedo evitar verme un poco absurdo subido a un ridículo aparato digital versión 2.0 que será considerado un burdo rudimento dentro de unos dos mil años, cuando sea menos que una mota de polvo en un escalón cíclico intermedio y se haya borrado el más mínimo atisbo de mi existencia en el planeta.

viernes, 22 de agosto de 2014

PORQUE YO LO VALGO.


¿En qué momento nos creímos a pies juntillas el eslógan de L´oreal, ese de “porque yo lo valgo”? Una cosa es tener seguridad en uno mismo y otra pensar que tienes derecho a imponer tu criterio porque sí.

Cuando alguien me cuenta un problemilla personal tipo "¿cómo esta persona puede ser tan sumamente cabrona conmigo?". Yo siempre respondo lo mismo:

-¿En qué artículo de la Constitución Española se prohíbe de manera tácita ser un auténtico hijo de puta con los demás?

-Bueno, el artículo 14 habla de igualdad y de no discriminación, ¿no?

-Ya, pero eso los beneficia en el fondo. No puedes ni discriminarlos, mira tú por dónde.

No me caen bien las personas que imponen su criterio sin intentar llegar a acuerdos. Esos tiranos inflexibles que se creen en posesión de la verdad absoluta. Yo soy un amasijo de dudas y cambio de opinión asiduamente, será por eso.

Además, estoy convencido de que la seguridad absoluta no es más que una pose; no mostrarse vulnerable para evitar posibles ataques. La seguridad no es más que un disfraz que adoptan los que imponen su criterio. El testarudo sabe ponerse la chaqueta de “seguridad en uno mismo” cuando quiere hacer de las suyas.

Me gusta la gente que relativiza, que cuestiona, que negocia, que hace autocrítica de vez en cuando y en resumidas cuentas, que no se toma el eslógan de la marca de su champú favorito como los diez mandamientos que el dedo de Dios escribió en las tablas de Moisés.

 


 

martes, 19 de agosto de 2014

CONSEJOS VENDO...


Es curioso cómo todo el mundo parece tener un máster en psicología cuando se trata de arreglar la vida a los demás. Da igual si el consejo es contraproducente, un rancio lugar común más o ha sido extraído de un libro de Jorge Bucay; la cosa es abrir el principio del aparato digestivo para sentenciar lo que el otro tiene que hacer si quiere salir del atolladero.

Ya lo decían los Héroes del Silencio en su canción “Entre dos tierras”: ¡Qué fácil es abrir tanto la boca para opinar!

Lo curioso es que la mayoría de las veces el asesoramiento recibido no fue ni siquiera reclamado. Debe ser un esquema aprendido desde la infancia en el que cada vez que de niños contábamos algo a un adulto, tocaba escuchar una moralina porque sí.

Todos lo hacemos en mayor o menor medida. El que no recomienda de manera explícita es quizás por timidez o falta de confianza con su interlocutor, pero estoy seguro de que en su fuero interno se forja siempre una recomendación que quiere estallar como una olla a presión.

-Tengo un dilema muy del primer mundo… Ando ahí dándole vueltas si pintar la pared del salón de un color vivo o la dejo blanca, como estaba.

-Sin lugar a dudas, píntala de color verde limón. En el súper venden unos botes de pintura a muy buen precio. Hazlo y le das un poco de color a tu casa.

Analicemos este trozo de conversación aparentemente trivial entre dos interlocutores. El hablante A ha verbalizado una duda interna que el hablante B ha interpretado como una petición de criterio no explícita. No debemos dejarnos influenciar por el intercambio de información tan baladí puesto que este diálogo encierra una moraleja valiosa.

-Píntala de verde limón y si no te gusta, te jodes porque total, la pared no es mía.

Lo sé, os oigo gritar diciendo que vosotros cuando dais un consejo lo hacéis con toda vuestra buena voluntad y jamás con dolo y yo os creo porque a mí también me pasa.

A lo que quería hacer referencia es a la facilidad que tenemos para decidir por los demás y lo difícil que se nos hace elegir por nosotros mismos por miedo a las secuelas negativas de una decisión desatinada de la que solo nosotros somos responsables.

Aunque haya quien piense que tiene un criterio propio y que nunca se deja influenciar, le diría que quizás no es consciente de la influencia del entorno. Del mismo modo que hay quien no emite ningún tipo de parecer por diversos motivos, está igualmente quien nunca lo reclama ni explícita ni implícitamente. Pero no nos engañemos, observamos y copiamos decisiones de otros a los que les fue bien o por lo menos no les fue mal haciendo lo que nos tiene en duda.

“Hay que tomar una decisión y no sabemos si será buena o mala hasta que la tomemos y veamos sus consecuencias”.

Con este consejo abierto que me dieron una vez en su día, me di de bruces con la realidad y descubrí que ser más adulto o menos niño reside en asimilar que toda causa lleva a un efecto, en la mayoría de las ocasiones imprevisible y que necesitamos buscar cómplices que nos refrenden en todo momento.