domingo, 8 de marzo de 2015

MÁS FELIZ QUE UNA PERDIZ


¿Quién es más feliz, el que se esfuerza a toda costa por exteriorizar en todo momento que la vida le sonríe o el aséptico que nunca habla de sus emociones en público?

¿Quién disfruta más de la vida, el que come jamón de bellota a diario o el que solo se puede permitir un capricho culinario de vez en cuando?

¿Está más próximo a la dicha el que se da golpes de pecho por toda la adversidad a la que ha hecho frente en el pasado saliendo airoso de ella o el que no tiene ningún acontecimiento importante en los anales de su historia que narrar a los demás?

¿Quién es más feliz, el que se toma un café de un euro cerrando los ojos al sol de la tarde que lo baña o el que organiza fiestas con la alta sociedad en su ático en primera línea de playa?

¿Es más feliz el que espera mucho de la vida o el desencantado que va improvisando y se conforma con lo poco que tiene? ¿Es más feliz el que viste de marca o el que viste de mercadillo?

¿Es bueno fiarse del que sonríe en todo momento a modo de bálsamo o del que posee registros de estado de ánimo variable?

¿Si la felicidad está en las cosas pequeñas, por qué todo el mundo admira la grandeza?

¿Quiero dinero para pagar el bien más preciado por escaso: tiempo en el que no tenga que trabajar?

¿La felicidad no existe como entidad objetiva aparte? ¿La felicidad es relativa y por lo tanto, como un virus que muta para propagarse?

¿La felicidad es simplemente buena salud y mala memoria?

¿La felicidad es la negación de la infelicidad? ¿No sé qué me hace feliz al cien por cien pero sí lo que me hace infeliz y combatiendo la infelicidad, consigo sentirme un poco más dichoso o menos desdichado y más digno de seguir viviendo de esa forma?

¿La felicidad tiene un componente dogmático y de autosugestión: si creo que algo me hará feliz, posiblemente lo consiga, al menos temporalmente?

¿La felicidad se contagia a veces y en ocasiones nos aleja de los demás? ¿La felicidad es ser envidiado por el prójimo?

¿La felicidad es un psicotrópico que engancha y crea tolerancia (cada vez necesito más para conseguir el mismo efecto)?

¿La felicidad aburre si es muy prolongada? ¿Comer perdices a diario acabaría por convertirnos en seres desgraciados abocados a comer perdices a diario?
¿Todo el mundo busca la felicidad como un borracho busca su casa sabiendo que está en algún sitio?


martes, 3 de marzo de 2015

NARCÓTICOS, BARBITÚRICOS Y ESTUPEFACIENTES SIN PRESCRIPCIÓN MÉDICA.


El humano es un ser arrojado al mundo. La frase no es mía. La he leído en algún sitio recientemente pero no recuerdo dónde. Estamos condenados a existir a sabiendas de que somos finitos y algún día dejaremos de estar aquí. Esa es la única certeza que tenemos. Vivimos a sabiendas de que algún día moriremos y mientras llega o no llega lo irremediable (podría ser mañana, dentro de cinco minutos o de veinte años, he aquí el misterio de la vida) tenemos en mayor o menor medida eso que llamamos libertad para actuar de acuerdo con nuestros deseos o principios, siempre dentro de un marco limitado.

 
 
¿Qué hacemos con nuestra libertad? Las opciones, si bien limitadas, son muy variadas y van desde comer bollería industrial en cantidades industriales hasta reventar como la bomba de Hiroshima (llenarte de carbohidratos y grasas trans para combatir el vacío existencial y el nihilismo) hasta perseguir la espiritualidad más absoluta y convertirnos en éter (metafóricamente hablando, porque siempre se nos escapará algún que otro pedo, por mucho que nos empeñemos en contenerlo)

Como seres corpóreos con flatulencias, tenemos deseos concupiscentes y podemos dedicarnos tanto a satisfacerlos en cuanto se presenten (estas sardinas asadas tan ricas  “pa mi polla”, que diría un buen granaíno) o a negar nuestra corporeidad o filosofar acerca de nuestra propia existencia y dedicarnos a buscar la verdad absoluta. En cualquier caso, algún día, todo habrá acabado.

Hoy quiero escribir un artículo dedicado a los narcóticos. No a las sustancias nocivas o estupefacientes que nos evaden dañando la salud al mismo tiempo, sino a las acciones cotidianas inocuas y cutres salchicheras que nos ayudan a escapar momentáneamente de la sensación de finitud que cae sobre nuestras espaldas desde el momento en que adquirimos consciencia de nuestra existencia.

Son esas pequeñas trivialidades que nos distraen a diario y nos provocan sensación fantasma de inmortalidad porque desvían nuestra atención y nos hacen ser unos seres inconscientes de nuestra trasitoriedad. Pueden ser, en el fondo, cualquier cosa que nos distraiga: un crucigrama, la planificación de una fiesta o un viaje, una discusión acalorada, un paseo por el campo, un partido de fútbol o una excursión al cine, rezar el rosario o saltar a la comba, cantar bajo la ducha o comer pipas, ayudar a los demás o poner a la vecina del cuarto a caer de un burro llamándola puta aunque no haya conocido varón, trabajar  hasta el agotamiento o rascarnos la barriga viendo telebasura, sacarnos mocos o ir a misa los domingos, esculpir nuestro cuerpo en el gimnasio o criar barriga y cartucheras, comer en casa de los suegros el fin de semana o ir de putas, tomar anís a palo seco o un zumo natural de fruta orgánica.

 La vida es en el fondo una distracción, un continuo desvío de atención de una verdad incómoda, un continuo autoengaño. La vida es una charada o una broma pesada.

Una aclaración: ni estoy deprimido, ni me estoy planteando el suicidio. Eso sí, últimamente me ha dado por leer filosofía.