martes, 28 de octubre de 2014

MÍSTER PERFECTO


Míster perfecto tiene un alto concepto de sí mismo para tapar con artimañas seminvisibles su mediocridad.

Se rodea de cobistas y lisonjeros vulgares que no le hagan sombra y le permitan imponer sus historias.

Se decanta por la novedad, uno ya no ve nada significativo en la gente a la que conoce desde hace siglos.

Le gusta contar historias semiverdaderas que acaba por convertirlas en fidedignas a base de contárselas repetidas veces a sí mismo. Cuando uno se relata una historia a sí mismo varias veces, se la narra exagerando las partes que le conviene obviando las partes que lo dejan en mal lugar, llegando a creerse su propia versión distorsionada.

Una vez que consigue autoembaucarse, camina con paso más firme y mueve las manos con seguridad al contarle a los demás la verdad alterada que acaba por imponer sin encontrar muchos obstáculos.  

Imponer una historia no da contento a la larga, al final es como si sólo se la contara uno a sí mismo y eso carece de gracia; si no se ve apoyada nada más que por los aduladores y serviles acólitos, es como jugar al ajedrez sin rival. Por eso, Míster Perfecto elige alguna cabeza de turco que ose llevarle la contraria y le sirva al mismo tiempo de aliciente para defender su interpretación manipulada de la realidad.

Míster Perfecto no es del todo consciente de que lo que comenzó como un burdo pasatiempo ahora es su modus vivendi, puesto que ahora es lo único que le reporta satisfacción a su edad.

Ha perdido el control abusando de él, pero ya es demasiado tarde para contradecirse a sí mismo rebatiendo su historia, su crónica, su única verdad.

domingo, 26 de octubre de 2014

VIAJE A NINGUNA PARTE


Esta mañana he bajado al paseo marítimo a caminar. Me puse la gorra y las gafas de sol y me coloqué los cascos para escuchar una selección de mis canciones preferidas en el MP4. Andar sin rumbo me gusta, el movimiento infructífero y carente de objetivo alguno me relaja. ¿Acaso no imito a la Tierra rotando sobre sí misma y volviendo al mismo punto al final de cada día o cuando gira alrededor del sol para volver una y otra vez a la misma posición de la que partió al cabo de 365 días?

¿Qué es el paso del tiempo sino los inanes rodeos de un planeta en el que te ha tocado vivir? Nada más que eso. Una vuelta más al sol y tú organizas una fiesta, te miras al espejo y te preguntas cómo es posible que ya hayas cumplido otro año si parece que fue ayer cuando soplabas las velas de tu edad obsoleta.

La nostalgia de tus quince años no es más que la nostalgia de las quince rotaciones de la Tierra alrededor del Sol desde el momento en que naciste. Quince vueltas que la llevaron al mismo punto de partida pero que a ti te transformaron como por arte de magia en un adolescente algo perdido pero con ganas de llegar a la mayoría de edad.

Una vez eres consciente de lo que significa cumplir años, te acuestas con los brazos en cruz panza arriba sobre la cama, imitando la crucifixión de Jesucristo, que vino al mundo para librarte de la muerte muriendo él mismo, de la misma manera que la Tierra se empeña en moverse para luego volver al mismo punto del que partió.

Te asalta el miedo cuando reparas en los viajeros que llevan mucho tiempo dando vueltas improductivas en tu planeta; virajes que siempre los llevan al mismo punto de partida pero sin embargo cada vez más mustios, exánimes, decaídos y endebles y mientras miras al techo, aún con los brazos en cruz, haces tus cuentas...

Aún soy joven, todavía me queda un número considerable de vueltas para llegar a ese estado de fragilidad.

Y sin embargo, de repente te das cuenta de la trampa que te has tendido a ti mismo al recordar que ya eres un viajero algo mustio y ajado y que te encuentras en el número de vueltas que no hace mucho ya considerabas como el principio del declive.

Te das la vuelta y te colocas boca abajo, esta vez levantando los brazos, quizá adoptando inconscientemente  el gesto del que se rinde y se muestra desarmado ante el enemigo.

Otra vuelta más…