martes, 18 de agosto de 2015

LA MÁQUINA DEL TIEMPO


A nuestro yo racional y pensante le encanta remontarse atrás y adelante en el tiempo. Es más, rara vez se encuentra a gusto en el presente. Por eso, uno acaba por ser víctima de su propia capacidad de pensar que lo diferencia de los animales la mayoría de las veces y la vida transcurre entre recuerdos y planes futuros.

No se trata precisamente de arrebatos de nostalgia en los que rememoramos sucesos placenteros o simpáticos de nuestro pasado remoto o reciente mientras esbozamos una sonrisa ni de proyectar ilusiones futuras y cargarse a la espalda proyectos ilusionantes que nos despierten de la cama con ganas de comernos el mundo cada mañana.

Se trata más bien de traumas del ayer que nos asaltan en cuanto bajamos un poco la guardia o de preocupaciones de que algo vaya mal si es que todo iba bien o  de que algo vaya a peor si es que ya iba mal.

No es pesimismo, es la naturaleza del miedo, una emoción necesaria para la supervivencia. Una vez leí en algún artículo la ridícula fracción de tiempo que viviría un ser humano que estuviese totalmente desprovisto del mecanismo del miedo, no recuerdo con exactitud la cifra pero era en todo caso una nimiedad.

El miedo garantiza la prudencia, la sospecha y la cautela a la hora de transitar por la selva de la vida. El miedo hace correr a la cebra cuando advierte el peligro de un depredador cercano.

Pero nuestros miedos en nuestra sociedad moderna son en su mayor parte especulaciones a lo que pueda acontecer o el eco de un mal ya acontecido. A pesar de no tratarse de miedos fundamentados en el presente, la reacción física del cuerpo ante un miedo real y un miedo imaginado es exactamente idéntica.

La ansiedad contemporánea la provoca una entelequia, un fantasma, un espejismo, una proyección, una posibilidad hipotética.

Es el precio a pagar por la evolución del pensamiento y el ser capaz de desplazarse cronológicamente con la mente como si tuviésemos una máquina del tiempo maldita que se empeña en hacernos sufrir.