martes, 26 de enero de 2016

EL PUZLE DE TU VIDA.


Toda existencia no es más que un puzle que se va completando con el paso del tiempo.

El que arma el puzle tiene un tiempo limitado, a veces escaso dada su complejidad y otras muchas excesivo teniendo en cuenta la extrema simplicidad del sujeto fragmentado.

Todos hemos sido arrojados a la sala de puzles y tenemos que armar el nuestro.

En la sala de puzles, la interacción es inevitable. Unos influimos en otros de manera positiva o negativa.

Mirar de soslayo un puzle parecido al tuyo puede guiarte en cierto modo aunque siempre frustra buscar piezas que el tuyo no posee.

Examinar puzles de complejidad muy dispar a veces te da rabia. ¿Cuántas veces al ver un puzle de muchas menos piezas que el tuyo ya terminado te han dado  ganas de lanzar el tuyo por los aires?

Si lo haces, te verás obligado a empezar de cero de nuevo. Al fin y al cabo, en la sala de puzles, no hay otra cosa que hacer.

No es una buena idea deshacerte de las piezas que no te gusten y esconderlas o tirarlas a la basura. Sería una auténtica pena dejar tu puzle inacabado por este motivo. Piensa en la cantidad de puzles con todas las piezas y aun así  incompletos por falta de tiempo.

Tampoco es recomendable forzar las piezas por impaciencia pueril. Si la pieza no encaja, continúa por otro vértice hasta que reúnas de nuevo la serenidad y la paciencia para acatar la parte que se te resiste.

Seamos sinceros, la mayoría de los puzles son bastante complejos, ya sea por el dibujo o por el número de piezas. Es por eso por lo que experimentamos rabia, pena, impaciencia, frustración, miedo y nerviosismo durante el proceso de montaje.
 
 
 
 

Si te sirve de consuelo, ningún puzle, por muy simple que te parezca, acaba completándose del todo. Un puzle es una ilusión más que un cúmulo tangible de piezas desordenadas, de la misma manera que una vida es una colección de vivencias que van mutando en recuerdos fantasmagóricos condenados al olvido tarde o temprano.

Ya lo sé. Tú también lo has pensado. Ahora todo encaja.

Llámame ladrón de metáforas, entonces.

 

 

sábado, 23 de enero de 2016

OLVIDOS Y ELUCUBRACIONES


La mente humana es un misterio insondable. Recuerdo perfectamente un soneto de Góngora que aprendí en primero de BUP y he tardado toda una mañana intentando averiguar dónde dejé las llaves anoche.

Llegué a pensar que me las dejé en la cerradura. Abrí, entré y con el despiste seguramente ni me molesté en cogerlas.

Ya me ha pasado dos veces. Una de ellas, el vecino de enfrente tocó al timbre para advertirme del descuido y yo me asomé a la mirilla y no le quise abrir porque pensaba que se trataba de un testigo de Jehová que venía a predicar. Él se percató de mi presencia detrás de la puerta y  de que no quería abrirle y me avisó del descuido desde fuera .
 Mi vecino no tiene pinta de testigo de Jehová, ahora que lo pienso, pero es que yo nunca abro cuando llaman al timbre porque en mi casa si llaman al timbre de la puerta directamente sin llamar al portero automático antes es o bien para vender o bien para predicar y  como tengo una férrea convicción de que ningún Dios permitiría la evangelización puerta a puerta si de verdad respetase al ser humano y ningún producto ganga necesita que lo publiciten de casa en casa, ignoro el timbre.

Al abrir la puerta para comprobar si las llaves seguían en la cerradura y ver que no estaban y pasar media mañana buscando las llaves por toda la casa sin encontrarlas, he empezado a imaginar un posible desenlace a mi distracción.

A lo mejor un comercial o un testigo de Jehová ha venido a visitarme esta mañana y al encontrarse las llaves en la cerradura se las ha llevado y está pensando qué hacer con ellas. Posiblemente estarían maquinando un robo, pero también he pensado qué me iban a robar ¡Como no se lleven a la gata persa…! Es probablemente lo más caro que hay en la casa, el resto de enseres y muebles son low cost, no poseo joyas de ningún tipo, mi reloj de pulsera es un Casio que me compré en Ceuta por treinta euros. La tele, si se la llevan, me hacen un favor porque está obsoleta y el ordenador portátil que tengo no vale un duro.

Descarté la posibilidad de robo.

Empecé a barajar la posibilidad de secuestro exprés. Las llaves las tiene seguramente una banda de Latin Kings y vendrán esta noche a amordazarme, seguramente. ¿Qué hago ahora?

Seguí buscando las llaves repasando una y otra vez todos los muebles. Miré hasta dentro de la nevera y me acordé de un episodio de la infancia de una de mis hermanas que me cuenta mi madre: cuando el primer frigorífico  llegó a casa, mi hermana pensó que se trataba de una especie de zapatero y metió sus zapatitos dentro.

¿Habré sido capaz de tirar las llaves al váter?

No sé qué resultaba más descabellado, si pensar que una banda de Latin Kings estuviese planeando secuestrarme esta noche o considerar la posibilidad de haber tirado las llaves al váter. Pero es que cincuenta metros cuadrados no dan para mucho más, la verdad.

Puse el armario patas arriba. Miré en todos los bolsillos. A lo mejor las chaquetas  y los pantalones hacen trueques de objetos olvidados por la noche ¿Quién sabe?

Seguí sopesando posibilidades cada vez más absurdas. A lo mejor se me cayeron las llaves por el camino y entré porque me había dejado la puerta abierta al irme al trabajo. Lo dudo, compruebo dando diez golpecitos a la puerta que está cerrada antes de salir. Si estoy dentro, las llaves tienen que estar aquí por narices.

¿Se las habrá tragado la gata? ¿Estarán en su arenero?

Finalmente, me he dicho a mí mismo: “Sé normal. Actúa y piensa como lo haría una persona normal y corriente”, y ha sido en ese preciso instante en el que me he dirigido al mueble de la puerta de entrada, lo he retirado y allí detrás estaba el manojo de llaves. Las solté encima al llegar y se cayeron por detrás.

Lo sé. Mi cerebro actúa de manera extraña. No creo que mucha gente sienta miedo ante la llegada inminente de una pandilla de gánsteres a casa cuando no recuerda bien donde dejó las llaves.

sábado, 2 de enero de 2016

AÑO NUEVO ¿VIDA NUEVA?


Siempre me pasa lo mismo. Cada fin de año estoy deseando levantarme al día siguiente para disfrutar por fin de un mundo mejor donde nadie fuma, todo el mundo hace deporte, te da las gracias y valora lo bueno que haces por ellos, la gente te pide las cosas “por favor”, todas las personas más cercanas aprecian más tu compañía y reconocen lo bueno que les aportas, todo el mundo te pide perdón por lo que haya podido ofenderte y olvidan rencillas pasadas mientras te abrazan con lágrimas en los ojos.

Al igual que todos los políticos deberían estar continuamente en campaña electoral, todos nosotros deberíamos vivir una eterna Nochevieja.

Cada año conservo esa ilusión pueril que se remonta a mi más tierna infancia, cuando nos enseñan a creer que el hecho cambiar el calendario de la cesta de gatos que te regalaron en el súper por otro de perritos, hará que la humanidad camine cogida de la mano.

Cada año intento pulirme como persona creyendo ilusamente que una convención social como es un calendario es el mejor aliado para conseguir aproximarme un poquito aunque sea a lo que Nietzsche llamaba “superhombre”.

Sin embargo, cada año soy más inmune a la publicidad relacionada con los propósitos de año nuevo y acabo siguiendo mi vida sin más, como hace casi todo el mundo cuando se le pasa la resaca.

Cada año es menor el batacazo el día 1 de enero.