jueves, 22 de diciembre de 2016

JÓVENES ANCIANOS Y ANCIANOS JÓVENES.


Este año imparto clase a adultos en horario de tarde. No es la primera vez que trabajo con adultos. De hecho, cuando acabé la facultad, mi primera experiencia docente fue una sustitución a una profesora que impartía inglés en la universidad para mayores a un grupo de jubilados que me crearon una visión distorsionada de lo que es la docencia hoy en día.
Mis alumnos de aquel entonces tenían edades comprendidas entre 60 y los 80 años, me llamaban de usted a pesar de que solo tenía 21 años, me invitaban a café en el descanso y no se separaban de mí, expresaban su admiración por mi formación académica y me agradecían constantemente la paciencia que manifestaba con ellos a la hora de repetirles las cosas. Cuando se acabó el programa, alquilaron un local y se pusieron de acuerdo para pagarme unas clases particulares durante el verano con el objeto de no olvidar lo aprendido a lo largo del curso. Por desgracia, la experiencia fue corta, la profesora a la que sustituí se reincorporó y yo me tuve que buscar la vida por otros derroteros.
Este año, los adultos a los que imparto clase son jóvenes de entre 18 y 25 años y aunque las comparaciones son odiosas, a veces son inevitables, sobre todo si eres de un talante observador irreprimible, como me pasa a mí.
Lo primero que me llama la atención es la apatía y la inercia que padecen mis alumnos jóvenes de dieciocho años, que contrasta con la ilusión de mis exalumnos jubilados.  Parece que se han invertido los roles y los rasgos que se asocian tradicionalmente con la juventud resultaron ser los atributos más llamativos de mis exalumnos senior mientras que mis  adultos junior de este año se comportan como viejos desganados.  
Constato  el contraste entre dos modelos de educación: el de una generación que nació sin derechos y con hambre de todo, y el de otra que a veces parece que haya nacido sin obligaciones y hastiados de todo. Y surge la duda de si lo que atribuimos a la juventud va de veras con la edad o con cómo nos enseñaron a mirar la vida.
 Llego inevitablemente a la conclusión de que he tenido la suerte de impartir clases a jóvenes de  setenta años y  ahora lo hago a ancianos de dieciocho y  recuerdo con nostalgia a mis jóvenes casi octogenarios que, pese a sus muchas ocupaciones, se incorporaban al aula cada tarde con puntualidad y demostraban vigor e interés por adquirir conocimientos de un nuevo idioma, conscientes de que debían ser pacientes, constantes y perseverantes y aunque algunos de ellos lo flipaba mucho alegando que había empezado a estudiar inglés a los 70 años con el ambicioso objetivo de poder leer a Shakespeare en versión original, me producían ternura y me contagiaban su entusiasmo y sus ganas de comerse el mundo. Aún esperaban que se hicieran realidad sus deseos, emprender viajes y realizar nuevas actividades.
 La ley del péndulo nos obliga quizás a ir de un extremo al otro sin puntos intermedios. Si mis mayores me llamaban de usted y me obligaban a tutearlos a ellos, mis jóvenes me tutean y me tratan como a uno más de la pandilla del barrio, sin ser capaces de cambiar de registro idiomático cuando estamos en clase, y a pesar de que yo siempre me dirija a ellos con el pronombre personal de cortesía.
 Los ancianos de dieciocho años de este año llegan a clase con retraso o no aparecen por el instituto la mitad de las tardes, arrastran sus pies, como si el paso de sus escasas primaveras hubiese ya restado fuerzas a su cuerpo, y bostezan o miran el móvil por  debajo del pupitre, dejando ver su cansancio o su falta de motivación.

Estas y otras actitudes que observo en el aula, un espacio que refleja la sociedad en la que vivo, me permiten constatar que juventud y ancianidad son términos relativos.

lunes, 12 de diciembre de 2016

GOLPES DE BUENA Y MALA SUERTE.


No lo digo yo, lo dicen los matemáticos: la probabilidad de que  a usted le toque la lotería de Navidad es de una entre cien mil suponiendo que compre un boleto. Comprando más números, las posibilidades aumentan, pero el crecimiento de la posibilidad de resultar ganador es más lento que le inversión que requiere, es muy caro comprar la suerte.
Para colmo de males, basándonos en estadísticas actuales de seguridad vial, es más probable que le atropellen a que le toque la lotería. Mientras leía esta información en el periódico esta mañana, se me ocurrió una clasificación de tipos de personas:
Por una parte, están aquellas que piensan que a pesar de las pocas posibilidades, algún día les va a tocar la lotería. En este grupo entraría mi madre, que me amenaza a diario con largarse a un asilo de cinco estrellas cuando le toque la lotería.
-         Pedirás parte a las vecinas y me buscarás desesperado como Marco, pero lo único que te dirán de mí será que me largué en un taxi con lo puesto y no respondí cuando me preguntaron adónde.

O supedita cualquier acontecimiento a los números de la primitiva.
-         La próxima vez que vengas a verme no sé si me pillarás aquí.
-         ¿Pero por qué no, mamá?
-         Me va a tocar la lotería y habré picado billete.

En el otro grupo están las que piensan que tienen "la negra" y “se curan en salud”. A este grupo pertenecería una antigua alumna de la que fui tutor hace tiempo. El día que unos enfermeros vinieron a clase a dar una charla sobre métodos anticonceptivos y de prevención de las ETS, comentó a toda  la clase que a pesar del bajo riesgo de embarazo tomando la píldora y usando condón al mismo tiempo, insistió en si no sería mejor poner los condones dobles.
-         Con la mala suerte que tengo, seguro que preño- se quejaba en voz alta frente al resto de compañeros.
La azarosa diosa fortuna es imprevisible. De hecho, la rutina es una ilusión mental. En cualquier momento nos cambia la suerte para bien o para mal y nos quedamos con cara de panoli.
El factor sorpresa y el “nunca se sabe” siempre están volando alrededor de nuestros planes. La vida es muy larga y da muchas vueltas, tantas, que a veces uno se marea y no da crédito a lo que acontece el día que menos esperábamos.



jueves, 6 de octubre de 2016

DECISIONES

Cuando el miedo se apodera de ti, estás perdido.
No es necesario que sea un pavor intenso, basta solo con que se trate de una ligera sensación de incomodidad a la altura del pecho o simplemente una duda con respecto a tu futuro tras un cambio.

Ese miedo moderado sostiene edificios defectuosos con el consiguiente peligro de derrumbe inminente.

El “más vale pájaro en mano”, el “¿dónde voy yo ahora?”, el “más vale malo conocido” es el eje vertebrador de la inmensa mayoría de edificaciones.

La imaginación está hecha de saltos al vacío, de simulacros de asesinato y de suicidios fingidos, de rupturas radicales con el pasado que nunca se producen.
La inmensa mayoría no somos más que cobardes con arrebatos de temeridad, conformistas travestidos de rebeldes.

 A pesar de todo, en toda existencia acontecen momentos epifánicos en los que una revelación o la comprensión verdadera de una realidad nos cambia la óptica de la vida. El día que aprendí que es imposible saber si las decisiones que hoy tomas son buenas hasta que no se vean las consecuencias de haber tomado dicha decisión, me hice un poco menos miedoso y logré desvincularme de “Ysilandia” (¿Y si hubiese elegido la otra opción?)
No podemos empecinarnos en seguir el rastro fantasma de lo que pudo haber sido si hubiésemos optado por algo que decidimos refutar.

Otra gran revelación que me ayudó a descargarme de comeduras de cabeza fue el comprobar que el factor suerte juega un papel determinante en la mayoría de las decisiones importantes que tomamos. Me da rabia todo el tiempo perdido intentando pulir mi faceta de estratega, como si uno pudiera ejercer un control férreo sobre el azar caprichoso.

No podemos anquilosarnos en el continuismo de lo que nos parece mejorable, pero tampoco podemos huir de nosotros mismos. Tenemos la suerte o la desgracia de ser nuestra más fiel compañía desde la cuna al ataúd. Es imposible divorciarse de uno mismo.

A la hora de tomar una decisión, hay que intentar evaluar las posibles consecuencias y sopesar los pros y los contras; pero nunca podremos adivinar el futuro. Nadie puede vaticinar nada, a pesar de que el mundo está lleno de supuestos profetas que a toro pasado te recuerdan que te advirtieron de que te estabas equivocando.

A todos estos visionarios les dedico esta entrada y les recuerdo que nunca sabremos de qué peor suerte nos libró la mala suerte.

martes, 4 de octubre de 2016

LA RATA CON CALVAS Y OJOS AMARILLOS

Sócrates pensaba que obrar mal era sinónimo de ignorancia porque el que conocía de verdad la virtud la elegía siempre. Defendía el intelectualismo moral hasta el punto de insistir en que el que obra mal no es consciente de ello porque de lo contrario no actuaría de esa forma.

Yo lamento ser un poco menos optimista y estoy convencido de que ser consciente de que algo hace daño a un tercero no te impide llevarlo a cabo.

Se trata de algo así como el rancio: “¿Adónde vas, Andrés? A mi propio interés” del refrán. Y si para conseguir lo que quiero es necesario pisotear un poquito o mucho a alguien, que se fastidie, ¡que no hubiera nacido! El ser humano es capaz de pasarse la máxima de la ética kantiana de no tratar a las personas como medios sino como fines en sí por el arco del triunfo con demasiada facilidad.

Hoy quiero centrarme en esas faltas de consideración con el prójimo, el dejarse invadir por el egoísmo aún siendo consciente del posible perjuicio a los demás. El “si hubiera sido él/ella, seguro que no hubiese pensado en mí” que justifica cualquier falta de civismo, solidaridad o respeto. El bicho con forma de rata con calvas y ojos amarillos que todo ser humano lleva dentro de una manera u otra. Lo que nos aparta de los demás y nos atrapa dentro de nosotros mismos convirtiéndonos en cíclopes de garras afiladas. Lo que nos aleja de nuestra candidez infantil conduciéndonos a la adultez bien curtida.

Esa rata sale de su alcantarilla y es capaz de mantener la mirada a su víctima.


Esa rata, a veces no está encerrada en el ser humano, a veces es el propio ser humano.

miércoles, 28 de septiembre de 2016

OPTIMISMO DESMESURADO

Si está para ti, nadie te lo va a quitar. Ya te llegará.
¿Quién puede creerse semejante afirmación tan naíf y simplista?

Túmbate en la cama y entra en modo ahorro de energía que nadie te va a arrebatar lo que te pertenezca por destino.

¿Quién no ha dicho alguna vez algo parecido? Me molesta el buenrollismo cuando se vuelve dogmático y se convierte en un lugar común.
.
Deja que todo fluya naturalmente y tus proyectos irán sobre ruedas. Si te concentras y deseas de verdad algo, si realmente eres capaz de visualizarte consiguiéndolo, el mundo acabará por otorgártelo.

En serio, hay quien escribe libros que se convierten en bestsellers desarrollando esta tesis. ¿Cómo es que seguimos aún echando mano a este tipo de “ultraoptimismo” en muchas ocasiones?

El pesimismo (ser consciente y prestar atención a lo “pésimo”) se ha convertido en un tabú prácticamente en un mundo bombardeado por sonrisas perfectas.

Estoy de acuerdo en que el mal rollo y el pesimismo son dos enemigos a combatir como fuente de infelicidad. Pero de ahí a pasar al extremo contrario y pensar que existen los osos amorosos de los dibujos animados hay un trecho.

Un término medio, que diría Aristóteles. No visualicemos la vida como un valle de lágrimas pero tampoco como un lugar plagado de bondad y proyectos que con esfuerzo y constancia siempre llegan a buen término. 

Las peores personas que he conocido son aquellas que se sienten injustamente despojadas de algo por lo que lucharon y que la vida no les concedió.

¿Tan difícil es aceptar que hay veces en las que aún luchando y con la actitud adecuada, no conseguiremos ese objetivo que creemos nos pertenece por decreto?


  

sábado, 10 de septiembre de 2016

FLUCTUACIONES



Heráclito de Éfeso decía que nunca te puedes bañar en el mismo río porque el agua fluye sin pausa y que lo único certero era el continuo cambio.

Y tenía razón. Nada es estático. Todo muta, mejora, empeora, evoluciona, degenera, crece, disminuye, sube, baja, se evapora, se derrite, se solidifica, arde, crece, envejece, muere…

Las relaciones sociales son tan cambiantes como la materia. Y sin embargo, tendemos a pensar en ellas como algo estático.

Esta persona es “mi amigo”, “mi pareja”, “mi enemigo”, “mi vecino”, “mi compañero de trabajo”, “mi jefe”, “mi ídolo”, “mi prototipo”, etc.

Nos gusta poner etiquetas, clasificar la realidad y ordenarla en cajones. Hay personas más metódicas que otras. Algunas meten dentro del mismo cajón relaciones muy heterogéneas llamándolas por el mismo nombre. Otras, en cambio, son unas obsesas del orden y analizan detenidamente cualquier tipo de relación antes de introducirla en cada compartimento.

No es un error clasificar la realidad para poder lograr entender su complejidad de alguna manera. Es inevitable catalogar para interpretar. Es más, quizás sea la única forma de obtener un  cierto grado de comprensión de lo que nos rodea.

El craso error consiste en cerrar los cajones con llave y pretender eternizar lo perecedero, conferir estatismo a lo dinámico.

No. La vida es un pez que resbala de las manos y no la empuñadura de un machete.

Las consultas de los psicólogos están llenas de personas que se empeñan en atrapar truchas con las manos embadurnadas de aceite.

viernes, 9 de septiembre de 2016

PERSONALIDADES



No te preocupes por lo que los demás puedan pensar de ti, estarán ocupados en tratar de averiguar lo que tú piensas de ellos.

La gente está tan inmersa en su singularidad que más que pensar en los demás, los utiliza a modo de espejo para conocerse a sí mismo. Tú eres tú porque te comparas con los demás consciente o inconscientemente. La diferencia con respecto al resto te define y te hace único.

¿Por qué a veces tratamos a toda costa de encajar, de agradar o de no desentonar, entonces? En otras palabras, ¿por qué buscamos la aprobación y valoramos el criterio ajeno más que el nuestro?

Muy fácil, porque si sólo nos fiáramos de nuestro propio criterio seríamos Marujita Díaz o el “Pozí” que en paz descansen, Leonardo Dantés o Loli Álvarez. Nadie es normal en el fondo. La normalidad es un consenso, un constructo social. Lo normal es la anormalidad, que cada uno sea diferente.

Hay tres perspectivas básicas para cada uno: como nos vemos, como creemos que nos ven los demás y como nos ven los demás en realidad.
Combinando estos tres elementos, llegaremos a establecer los tipos básicos de personalidades.

Puedes verte mal, pensar que te ven mal y no estar tan mal considerado o puedes tener una opinión  excesivamente favorable de ti mismo y creerte valorado por los demás cuando, en realidad, pasas desapercibido, por poner solo algunos ejemplos.

Ya os sonará eso de “vive tu vida de acuerdo a tu propio criterio sin importarte lo que piensen los demás” pero ¿hasta qué punto somos completamente libres del criterio ajeno? Si hasta para comprarte un triste mechero preguntas a tu acompañante qué color le gusta más, alma de cántaro… De acuerdo, semejante trivialidad no cambia el rumbo de ninguna vida pero si uno piensa con detenimiento ¿cuántos de nosotros hemos llegado a este  mundo gracias a una opinión ajena que nuestros progenitores interiorizaron sin darse cuenta? ¿Cuántos seres humanos tienen su génesis en el “ya deberíais de ir buscando al bebé”?

 Lo pienso y no sé qué es peor: si ser fruto de un descuido o fallo en un método anticonceptivo, ser un hijo cuya gestación fue motivada por la opinión del círculo que rodea a tus padres o ser concebido  en un encuentro sexual con orgasmo fingido. Siempre sostuve la teoría de que los pusilánimes fueron engendrados en un orgasmo simulado.

Si la gente cree en los horóscopos, debería investigar más aún su génesis. El tipo de polvo que echaron para concebirte y lo que lo motivó debe determinar más tu personalidad que las constelaciones estelares, estoy totalmente convencido.
  

¿EXISTES?

Cómo poder estar seguro al cien por cien de que uno existe, bien podría tratarse sólo de una ensoñación.

Pellízcate y hazte visible.

Échate mucho perfume, como las señoras mayores a la hora de ir a misa o los macarras marbellíes. Huelo, luego existo.

Pierde kilos y ahorra pasta, nunca se es lo suficientemente rico o se está lo suficientemente delgado según Coco Chanel. Adelgazo y acumulo dinero, luego existo.

Píntate en exceso, conviértete en algo parecido a un mimo callejero. Me maquillo, luego existo.

Sal de juerga todo lo que puedas y cuelga las fotos de tus excesos etílicos en las redes sociales jurando que fue el día más feliz de tu vida e instando a tus compañeros a la siguiente. Me alcoholizo y vomito, luego existo.

Folla a tope. Copulo, luego existo.

Dale muchos besitos a tu “pichurri”. Atosigo, luego existo.

Cómprate mucha ropita de marca. Consumo, luego existo.

Pero por favor, ni se te ocurra cuestionarte en ningún momento el mundo en el que vives, el cómo hemos llegado a la situación actual o si intentan manipularnos. Acéptalo tal cual está, como lo acepta el animal al nacer. Sé una bestia arrojada al mundo. 

lunes, 11 de abril de 2016

SMALL TALK


Hoy quiero escribir acerca de lo que los angloparlantes llaman “small talk” y que no es más que esas conversaciones triviales en las que solemos enfrascarnos para evitar el silencio incómodo sobre todo entre personas que no tienen una relación muy estrecha.

A mí se me da fatal. Si no estoy con alguien con el que tenga confianza, no tengo ni la más remota idea de qué hablar, por eso soy más de escuchar. Hablar del tiempo me resulta un tópico tan trillado que me siento ridículo sacándolo a relucir. No me gusta el fútbol y no tengo hijos.

Digo lo de los hijos porque el otro día una mujer acabó usando a su hijo pequeño como tema de conversación para evitar el incómodo silencio entre semidesconocidos. Resulta que a su niño le gusta comerse el jamón de york “picaíto, picaíto” y si no, no se lo come el crío.

Nos dirigíamos al mismo sitio y ambos lo sabíamos. Como íbamos a la misma altura del trayecto, nos vimos abocados al “small talk” durante nuestro recorrido. No sé cómo empezó la cosa ni qué llevó a hablar del crío pero el caso es que acabó confesándome ese gran detalle digno de mención: su hijo se tiene que comer el fiambre muy troceadito.

Yo iba pensando en mis cosas y en una cita de Albert Camus que acababa de leer y que decía algo así como que una vida que acaba en muerte no merece la pena llamarse vida y de repente me convierto en el receptor de un mensaje oral cuyo contenido hace alusión al capricho culinario de un niño que ni siquiera conozco.

No es que el tema no me interesara lo más mínimo lo que realmente me fastidió. Lo que en realidad me provocó cierto desasosiego fue el hecho de analizar la situación y quedarme enquistado en la siguiente reflexión:

“¿Qué clase de imagen proyecto hacia los demás para que una madre presuponga que me interesa que su hijo se coma el jamón de york “picaíto, picaíto”?”

Al analizar la trivialidad del mensaje, añadí:

-¡Anda! Pues entonces le pasa lo mismo que a mi gata que como es de raza  persa y tiene el hocico aplastado, no puede asir bien con la mordida y si le echo un poquito de jamón, se lo tengo que picar también o si no se lo deja.

Ella no respondió nada pero noté cierta cara de “¿y a mí qué me importará la mordida aplastada de tu gata?”

Lo admito, no se me da bien el “small talk”.

Mi problema es que soy incapaz de sacar un tema de conversación neutro que no me obligue a sacar a relucir mi opinión que podría no ser del agrado del colocutor y ante el desconocimiento de la otra parte, prefiero no tentar la suerte.

Además, es que hablar de jamón de york “picaíto” me parece más penoso que aguantar el silencio entre dos semidesconocidos, por ejemplo.

Otro problema añadido es que soy muy respetuoso y valoro mucho la atención de mis interlocutores, no me gusta aburrir porque detesto que me aburran y siempre cuestiono si lo que voy a decir puede o no interesarle al desconocido con el que me veo obligado a hablar de algo.

Pensad en la cantidad de mensajes irrelevantes o que no nos interesan lo más mínimo que tenemos que procesar a diario.

Deberíamos de comunicarnos sólo y exclusivamente por escrito. Con el lenguaje escrito somos mucho menos condescendientes y pasamos directamente de aquello que no nos interesa sin aburrir a los demás ni herir susceptibilidades. ¡Qué maravilla!

domingo, 13 de marzo de 2016

TEMPUS FUGIT/ LA MALDICIÓN DE CRONOS.


Tengo una cafetera italiana eléctrica Lavazza que  requiere para su funcionamiento de unas cápsulas de café monodosis que solo pueden adquirirse a través de internet.

Como hay que realizar un pedido superior a 40 euros para evitar los gastos de envío y además tampoco me apetece estar haciendo pedidos cada dos por tres, compro café para seis meses.

La primera vez que hice un pedido: “café para medio año”, me pareció una exageración. Hoy tuve que hacer otra vez el pedido, porque ya ha transcurrido ese medio año que me parecía una eternidad. Me quedé estupefacto cuando descubrí que quedaban pocas cápsulas haciendo el café de la mañana (¡pero si pedí hace dos días!).

Algo así me pasa con la ITV del coche. La tengo que pasar cada año y cuando me llega la carta avisando que tengo que volver a pedir cita juraría que lo hice hace un par de meses.

Con los cursos académicos (los profesores nos manejamos mejor por curso académico que por año natural) me pasa algo peor. Al tener el trabajo organizado en tres trimestres con periodo vacacional que actúan en parte como cruz de guía en las estaciones de penitencia, los cursos vuelan y llega un momento en el que caigo en la cuenta de que el niño de doce años que se sentaba hace dos días en el pupitre, está a punto de enfrentarse a la selectividad este mes de junio.

Hace un par de semanas, ordenando unos libros, descubrí una fotografía tamaño carné de mi persona con 23 años. La cogí y me quedé mirándola un rato.

 ¿Quién es este niñato que me mira tan serio?-pensé.

No podemos ser la misma persona. No puede ser.

Dicen que todas las células de nuestro cuerpo se regeneran por completo cada cinco años aproximadamente. Por lo tanto, biológicamente hablando, ese imberbe y yo no tenemos nada que ver. Tan solo el líquido gelatinoso de los ojos y los óvulos de las mujeres son los mismos el resto de nuestra vida. Con razón me quedé un rato mirando a aquel extraño.

Es curioso que me da mucho más vértigo cronológico una foto mía de adolescente que una de niño. No tiene mucha lógica, teniendo en cuenta que ha transcurrido más tiempo de la foto de mi niñez.

Supongo que a todo el mundo le pasa algo parecido con el paso del tiempo pero  el hecho de estar rodeado de adolescentes (criaturas acrónicas a las que los adultos les hablamos de un planeta desconocido y lejano llamado futuro) hace que los días, semanas, meses y años se vuelquen en vez de transcurrir a un tempo más a menos estable y regular.

Me he comprado un reloj de arena. Me gusta mirar cómo cae la arenilla mientras se me pasa la vida. Me gusta perder el tiempo, me relaja quitarle hierro a la maldición de Cronos.



lunes, 7 de marzo de 2016

CAMBIAR EL MUNDO

Corea del Norte amenaza con ataques nucleares a Estados Unidos y a Seúl. Esta tarde tengo que ir al súper.

Algo así escribía Frank Kafka en su diario: “Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde fui a nadar.”

¿El ser consciente de que algo pasa en el mundo repercute en nuestro día a día?

Que haya huelga de recogida de basura no impedirá que siga generando residuos sólidos. Ahora una famosa cadena de supermercados británica vende naranjas peladas y en un envase de plástico pensando en aquellas personas con algún tipo de handicap que les impida pelarlas según alegaban los inventores de un producto tan poco ecológico. Por cada naranja, una cajita de plástico al vertedero y un manco con su dosis de vitamina C. 

No me extraña que en el Oceano Pacífico exista una isla flotante de basura cuyas dimensiones sean cuatro veces el tamaño del estado de Texas. El otro día se lo contaba a mis alumnos y les puse un vídeo en Youtube del “garbage patch”, como lo llaman los americanos.







-¿Y qué quieres que hagamos, profe?- me preguntaron algunos.

Pues nada, id a nadar por la tarde como Kafka el día que estalló la guerra.

No sé. Hay veces que creo que el mundo se puede cambiar con pequeñas acciones  por parte de cada uno de nosotros. Esos días, por ejemplo, sonrío a los desconocidos que me topo. Una sonrisa no cuesta mucho y se agradece siempre. Últimamente no me topo nada más que con camareros con cara de coño a los que tengo que suplicarle que me cobren lo que me he tomado.

-¿Por favor, sería tan amable de traerme la cuenta?- me pongo hasta cursi y ridículo con el exceso de amabilidad que aprendí estudiando francés. Solo se es tan extremadamente cursi en los diálogos de los manuales para aprender idiomas y en mi caso, cuando necesito que un camarero me traiga la cuenta.  

Al final me la traen siempre, pero con la cara avinagrada.

A veces me pongo de parte de los camareros y les reconozco que tienen un trabajo duro. Eso de servir a tantísimo maleducado malnacido el café de por las mañanas es para que le den un premio a cada uno de ellos y para que ir con cara de asesino en serie a todas partes esté más que justificado.

Otras veces, fantaseo con que les pongo una hoja de reclamaciones y ellos me piden perdón por haberme tratado tan mal. Solo fantaseo. No quiero consumar la fantasía y quitarle el chiste. En la fantasía todo sale bien y siempre me piden perdón. Estoy seguro de que si lo hiciese en la realidad, lo único que conseguiría sería un escupitajo en el siguiente cortado que pidiese.

Pues eso, los días que tengo más fe en la raza humana, les cuento cosas del mundo a los alumnos, para hacerlos conscientes de la realidad tan mejorable que vivimos en el planeta Tierra creyendo así que al hacerlos partícipes de lo que falla, ellos podrán mejorar el mundo venidero.

Otras veces, los veo retocarse el flequillo cada cinco minutos y pierdo la fe en la humanidad por completo. Al final, la directora de mi banco va a conseguir que me abra un plan de pensiones privado a pesar de que cada vez que me lo propone yo le digo que no, que maldita la gracia de estar pagando todos los meses para que luego te encuentren como a Carmina Ordóñez en la bañera el día menos pensado.

Ella sonríe, supongo que es una estrategia de marketing. Ya casi nadie sonríe sin esperar nada a cambio.

lunes, 15 de febrero de 2016

BARRO


Tu vida está hecha de barro.

 En una primera etapa está fresco y es fácil de moldear, pudiendo cambiar de forma fácilmente.

Llegados a la segunda fase, el material empieza a solidificar y hay que conferirle un formato, aunque no se esté del todo seguro del diseño. Este periodo se corresponde grosso modo con la adolescencia, la edad perfecta para decir que no se tiene ni maldita idea de lo que se queremos ser en la vida sin que nadie te mire raro -Es normal, yo a tu edad también tenía muchas dudas.

La indecisión es quizás la culpable de que nuestras vidas nunca hayan adoptado una apariencia del todo completa y uno siempre albergue cierta esperanza de llegar a ser algo diferente a lo que es, incluso bien entrada la adultez – Soy periodista frustrado, eterno aspirante a cantante, escritor en potencia, psicólogo especializado en ayudar a superar traumas, siempre quise ser profesor de baile de salón, me hubiera gustado dedicarme a la pintura si hubiera tenido talento, una pena que no tuviese oído para la música…

El barro posee diferentes grados de humedad pero siempre acaba por solidificarse y convertirse en un objeto de cerámica definitivo.

Llegados a esta última fase, la única forma de realizar cualquier tipo de alteración a tu vida es rompiendo de manera brusca una parte de la arcilla seca. Este pico no me gusta, lo corto. No puedo deshacerme del todo de esta protuberancia pero sí que la puedo hacer más roma.

El resultado final somos todos nosotros, tiestos rotos por aquí y enmendados por allá.

La vida no es más que barro al fin y al cabo.







 

martes, 26 de enero de 2016

EL PUZLE DE TU VIDA.


Toda existencia no es más que un puzle que se va completando con el paso del tiempo.

El que arma el puzle tiene un tiempo limitado, a veces escaso dada su complejidad y otras muchas excesivo teniendo en cuenta la extrema simplicidad del sujeto fragmentado.

Todos hemos sido arrojados a la sala de puzles y tenemos que armar el nuestro.

En la sala de puzles, la interacción es inevitable. Unos influimos en otros de manera positiva o negativa.

Mirar de soslayo un puzle parecido al tuyo puede guiarte en cierto modo aunque siempre frustra buscar piezas que el tuyo no posee.

Examinar puzles de complejidad muy dispar a veces te da rabia. ¿Cuántas veces al ver un puzle de muchas menos piezas que el tuyo ya terminado te han dado  ganas de lanzar el tuyo por los aires?

Si lo haces, te verás obligado a empezar de cero de nuevo. Al fin y al cabo, en la sala de puzles, no hay otra cosa que hacer.

No es una buena idea deshacerte de las piezas que no te gusten y esconderlas o tirarlas a la basura. Sería una auténtica pena dejar tu puzle inacabado por este motivo. Piensa en la cantidad de puzles con todas las piezas y aun así  incompletos por falta de tiempo.

Tampoco es recomendable forzar las piezas por impaciencia pueril. Si la pieza no encaja, continúa por otro vértice hasta que reúnas de nuevo la serenidad y la paciencia para acatar la parte que se te resiste.

Seamos sinceros, la mayoría de los puzles son bastante complejos, ya sea por el dibujo o por el número de piezas. Es por eso por lo que experimentamos rabia, pena, impaciencia, frustración, miedo y nerviosismo durante el proceso de montaje.
 
 
 
 

Si te sirve de consuelo, ningún puzle, por muy simple que te parezca, acaba completándose del todo. Un puzle es una ilusión más que un cúmulo tangible de piezas desordenadas, de la misma manera que una vida es una colección de vivencias que van mutando en recuerdos fantasmagóricos condenados al olvido tarde o temprano.

Ya lo sé. Tú también lo has pensado. Ahora todo encaja.

Llámame ladrón de metáforas, entonces.

 

 

sábado, 23 de enero de 2016

OLVIDOS Y ELUCUBRACIONES


La mente humana es un misterio insondable. Recuerdo perfectamente un soneto de Góngora que aprendí en primero de BUP y he tardado toda una mañana intentando averiguar dónde dejé las llaves anoche.

Llegué a pensar que me las dejé en la cerradura. Abrí, entré y con el despiste seguramente ni me molesté en cogerlas.

Ya me ha pasado dos veces. Una de ellas, el vecino de enfrente tocó al timbre para advertirme del descuido y yo me asomé a la mirilla y no le quise abrir porque pensaba que se trataba de un testigo de Jehová que venía a predicar. Él se percató de mi presencia detrás de la puerta y  de que no quería abrirle y me avisó del descuido desde fuera .
 Mi vecino no tiene pinta de testigo de Jehová, ahora que lo pienso, pero es que yo nunca abro cuando llaman al timbre porque en mi casa si llaman al timbre de la puerta directamente sin llamar al portero automático antes es o bien para vender o bien para predicar y  como tengo una férrea convicción de que ningún Dios permitiría la evangelización puerta a puerta si de verdad respetase al ser humano y ningún producto ganga necesita que lo publiciten de casa en casa, ignoro el timbre.

Al abrir la puerta para comprobar si las llaves seguían en la cerradura y ver que no estaban y pasar media mañana buscando las llaves por toda la casa sin encontrarlas, he empezado a imaginar un posible desenlace a mi distracción.

A lo mejor un comercial o un testigo de Jehová ha venido a visitarme esta mañana y al encontrarse las llaves en la cerradura se las ha llevado y está pensando qué hacer con ellas. Posiblemente estarían maquinando un robo, pero también he pensado qué me iban a robar ¡Como no se lleven a la gata persa…! Es probablemente lo más caro que hay en la casa, el resto de enseres y muebles son low cost, no poseo joyas de ningún tipo, mi reloj de pulsera es un Casio que me compré en Ceuta por treinta euros. La tele, si se la llevan, me hacen un favor porque está obsoleta y el ordenador portátil que tengo no vale un duro.

Descarté la posibilidad de robo.

Empecé a barajar la posibilidad de secuestro exprés. Las llaves las tiene seguramente una banda de Latin Kings y vendrán esta noche a amordazarme, seguramente. ¿Qué hago ahora?

Seguí buscando las llaves repasando una y otra vez todos los muebles. Miré hasta dentro de la nevera y me acordé de un episodio de la infancia de una de mis hermanas que me cuenta mi madre: cuando el primer frigorífico  llegó a casa, mi hermana pensó que se trataba de una especie de zapatero y metió sus zapatitos dentro.

¿Habré sido capaz de tirar las llaves al váter?

No sé qué resultaba más descabellado, si pensar que una banda de Latin Kings estuviese planeando secuestrarme esta noche o considerar la posibilidad de haber tirado las llaves al váter. Pero es que cincuenta metros cuadrados no dan para mucho más, la verdad.

Puse el armario patas arriba. Miré en todos los bolsillos. A lo mejor las chaquetas  y los pantalones hacen trueques de objetos olvidados por la noche ¿Quién sabe?

Seguí sopesando posibilidades cada vez más absurdas. A lo mejor se me cayeron las llaves por el camino y entré porque me había dejado la puerta abierta al irme al trabajo. Lo dudo, compruebo dando diez golpecitos a la puerta que está cerrada antes de salir. Si estoy dentro, las llaves tienen que estar aquí por narices.

¿Se las habrá tragado la gata? ¿Estarán en su arenero?

Finalmente, me he dicho a mí mismo: “Sé normal. Actúa y piensa como lo haría una persona normal y corriente”, y ha sido en ese preciso instante en el que me he dirigido al mueble de la puerta de entrada, lo he retirado y allí detrás estaba el manojo de llaves. Las solté encima al llegar y se cayeron por detrás.

Lo sé. Mi cerebro actúa de manera extraña. No creo que mucha gente sienta miedo ante la llegada inminente de una pandilla de gánsteres a casa cuando no recuerda bien donde dejó las llaves.

sábado, 2 de enero de 2016

AÑO NUEVO ¿VIDA NUEVA?


Siempre me pasa lo mismo. Cada fin de año estoy deseando levantarme al día siguiente para disfrutar por fin de un mundo mejor donde nadie fuma, todo el mundo hace deporte, te da las gracias y valora lo bueno que haces por ellos, la gente te pide las cosas “por favor”, todas las personas más cercanas aprecian más tu compañía y reconocen lo bueno que les aportas, todo el mundo te pide perdón por lo que haya podido ofenderte y olvidan rencillas pasadas mientras te abrazan con lágrimas en los ojos.

Al igual que todos los políticos deberían estar continuamente en campaña electoral, todos nosotros deberíamos vivir una eterna Nochevieja.

Cada año conservo esa ilusión pueril que se remonta a mi más tierna infancia, cuando nos enseñan a creer que el hecho cambiar el calendario de la cesta de gatos que te regalaron en el súper por otro de perritos, hará que la humanidad camine cogida de la mano.

Cada año intento pulirme como persona creyendo ilusamente que una convención social como es un calendario es el mejor aliado para conseguir aproximarme un poquito aunque sea a lo que Nietzsche llamaba “superhombre”.

Sin embargo, cada año soy más inmune a la publicidad relacionada con los propósitos de año nuevo y acabo siguiendo mi vida sin más, como hace casi todo el mundo cuando se le pasa la resaca.

Cada año es menor el batacazo el día 1 de enero.