miércoles, 30 de abril de 2014

REGALOS DIFÍCILES DE ELEGIR.


Cada vez que busco un regalo para el Día de la Madre me acuerdo de lo que contaba mi profesor de filosofía en COU sobre Diógenes, el más famoso de los filósofos de la escuela de los cínicos, que vivía en un tonel y que no poseía más bienes que una capa, un bastón y una bolsa de pan y que una vez que estaba sentado tomando el sol delante de su tonel, le visitó Alejandro Magno, el cual se colocó delante del sabio y le dijo que si deseaba alguna cosa, él se la daba. Diógenes le contestó. “Sí, que te apartes un poco y no me tapes el sol”. De esta manera mostró Diógenes que era más rico y más feliz que el gran general, pues tenía todo lo que deseaba, prácticamente nada.

Algo así le ocurre a mi madre, que es de la escuela de Diógenes aunque ella no es consciente de ello. Es tan austera y tan poco caprichosa que es imposible sorprenderla con un regalo que le haga ilusión.

Ya le he regalado varias plantas, pero está harta, porque siempre le regalo lo mismo y además le da una pena horrible que se le sequen, tiene muy buena mano para la jardinería y siempre me fascinó cómo lograba resucitar flores y plantas mustias que le traían las vecinas. Los ramos de flores los odia, porque para ella es como entregarle un cadáver justo después de haberle practicado la reanimación fallida y se siente impotente al saber que no hay nada que hacer ya que acabarán por marchitarse.

Si por lo menos tuviera algún vicio o pasatiempo me pondría las cosas más fáciles. Pero su único hobby así más llamativo es rezar el rosario. Aún así, también está harta de que le regale rosarios y estampitas de santos. Es que una cosa es ser religiosa y otra cosa es tener un pelmazo de hijo que te trae una estampita de un santo o un rosario de todas las ciudades católicas que visita.

Yo siempre me invento alguna trola sobre hazañas de los santos que salen en las estampitas que le regalo para impresionarla. La última vez me inventé que el rosario de piedra que le traje de Croacia estaba hecho de una roca que pisó la misma virgen en una de sus apariciones en el santuario de Medjugorje en Bosnia; bueno, para hacer honor a la verdad le trasladé lo que me contó el hippy al que se lo compré en la puerta de una iglesia.

Es tan sumamente difícil buscar algo original que le pueda agradar que también me viene a la mente el comienzo de la primera novela cutre que cayó en mis manos cuando solo tenía ocho años: “Dallas”. La novela era un obsequio que venía con el suavizante Vernel en una promoción estival.

Un día mi madre llegó del súper y me dijo:

-Me han dado este libro con el suavizante, léetelo y te entretienes.

No os podéis hacer una idea de cómo me aburría en las interminables tardes de verano en casa sin poder hacer ruido porque todos dormían la siesta ya que se levantaban a las seis de la mañana para trabajar.

 En el comienzo de la novela, una de los personajes que había sido invitada a la fiesta de cumpleaños de un magnate millonario se quejaba de lo difícil que era elegir un regalo que le pudiera llamar la atención. Así me siento yo, aunque mi madre no sea ninguna millonaria. Finalmente optó por regalarle un paraguas rojo, aunque no recuerdo si al magnate le gustó o hizo un ridículo espantoso porque el principio de la novela es todo lo que recuerdo. Leer “Dallas” con ocho años es muy heavy y toda una proeza recordar el principio.

Tengo de plazo hasta el sábado, supongo que se me ocurrirá algo hasta entonces.

Por cierto, los bombones y dulces están descartados porque es diabética.

 

jueves, 24 de abril de 2014

EL GRAN TIRANO


Hace ya mucho tiempo, tuve la mala suerte de toparme en mi camino con un auténtico negrero incorregible que jamás da su brazo a torcer en su afán de perfeccionismo y de forma despiadada me maltrata con sus continuas exigencias de excelencia.

Lo reconozco, no puedo luchar contra él por más que me lo proponga. Es altamente tenaz e inflexible. Si me excedo en una comida o pierdo el tiempo en menesteres poco provechosos, me mira con desprecio llamándome pusilánime. Yo siempre agacho la cabeza, ya que por más que intente convencerlo de que su férrea disciplina me encorseta ahogándome y que la vida es algo más que todo eso, nunca consigo ablandarle el corazón. Es un auténtico tirano.

Nunca me permite llegar tarde a las citas y si alguna vez, por causa de fuerza mayor, me retraso, escucha mis excusas más que fundamentadas con desdén y me hace sentir mal. Llega a humillarme en público. Es un déspota desalmado.

Recuerdo la última vez que me gritó “inútil” porque no conseguía deshacer un enredo en el cordón de la persiana veneciana del salón o aquella vez que me llamó “desastre” porque olvidé la bolsa de aseo en casa en uno de mis viajes. De poco sirvió que le dijera que tampoco era tan importante lo que había en ella y que al fin y al cabo, volvería a casa dentro de dos días. No me perdonó el descuido. Es un vil opresor.

Lo peor de todo es que el despreciable autócrata me persigue a todas partes porque el dictador del que os estoy hablando soy yo mismo.

Lucho a diario por desoir mis autoimposiciones y mis minuciosas demandas conmigo mismo.

Es curioso, me considero una persona indulgente y flexible con los demás ya que he aprendido a relativizar y a no tomarme la vida demasiado en serio, pero mi parte tirana sigue saliendo a flote con demasiada frecuencia todavía. Supongo que algún día seré capaz de reunir el suficiente coraje para plantarle cara a mi faceta dictatorial para conmigo y organizar un motín interno que me libere y me permita caminar sin el miedo de ver su sombra a mis espaldas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

martes, 8 de abril de 2014

TERRORISMO CONSUMISTA


Que estamos inmersos en una vorágine de mensajes publicitarios continuos guiándonos como a borregos hacia el producto que las grandes firmas nos quieren vender no es nada que me haga erigirme en un crítico visionario del espíritu de consumismo exagerado que ha resultado ser el motor de la economía actual y que nos llevará a la autodestrucción por exterminio de recursos del planeta junto con la superpoblación del mismo. Cada vez somos más numerosos y más fáciles de convencer.

Enciende la tele y empieza a digerir mensajes de terrorismo sanitario.

Ya es más que sabido por todos que el colesterol no avisa y que la osteoporosis te va a joder la vida sí o sí y que por consiguiente más te vale comprarte los botecitos tan monos que anuncian los comerciales y que a modo de pócima de Astérix te convertirán en un ser inmortal.

 Si estás desayunando, pregúntate si lo han hecho tus defensas, porque de lo contrario estarás expuesto a todo tipo de invasiones víricas que solo evitarás comprando otro botecito de brebaje que acabará con el ayuno de tu sistema inmunológico ¡Animalito, no pensarías dejarlo sin probar bocado¡ Así que afloja tu billetera y descarta imitaciones porque el lavado de cerebro colectivo es tal que te tacharán de mezquino si te decantas por la opción más económica de marca blanca que venden algunos establecimientos.

En un segundo grupo están los anuncios que yo he clasificado en la categoría de “tú no vas a ser nunca viejo/a, cariño” y que lo integran una serie de ungüentos que te harán parecer de media diez años más joven de lo que eres rellenando las arrugas de tu rostro y desafiando la ley de la gravedad de la que Newton hablaba; de hecho, si haces la prueba y le aplicas el producto a un niño de diez años, volverá al útero materno ipso facto. En un futuro, será fácil diferenciar a los pobres  y a los ricos escépticos de los ricos consumidores de lo que los ingleses llaman “wonder products”; gracias a ellos, sólo los primeros tendrán patas de gallo de mayores y sólo los segundos tendrán un pelo bonito.
 Es fácil vender amenazando con la vejez, así cualquiera.

Siguiendo muy de cerca están los productos que te harán bajar de peso. Se puede ser joven o parecerlo, pero no gordo,  y mucho menos tener celulitis o flacidez, como estrategia disuasoria, los modelos del “antes de” aparecen sin maquillaje y mal peinados para encima de gordos parecer más feos de lo que son.

Por si fuera poco, tenemos que escuchar las promesas de recuperación y mejoría económica que nos quieren vender los políticos con máximas tan ingeniosas como: “Hemos dado a este país lo que este país necesitaba”.

Y en un rincón del sofá, en pijama, despeinado, con ojeras, granos, arrugas imperfecciones, miedos, complejos, nostalgia de tiempos pasados, grasa abdominal, condiciones laborales precarizadas, flacidez en el rostro, dientes manchados, piernas cansadas y varices, hemorroides, colesterol, anemia, puntas abiertas, cabello graso o seco, ardores de estómago, propensión al resfriado, estreñimiento, herpes labial, uñas quebradizas, rojez de ojos y rostro cansado…Ahí estás TÚ: el último eslabón de la cadena, el consumidor.

 

lunes, 7 de abril de 2014

AÑADA ALFALFA SALADA A LA SALSA


Por fin llegó el ansiado día en el que el chaval empezaba las clases de mecanografía. A las siete y media de la tarde, ya estaba listo para acudir al bar donde los profesores le habían citado a las ocho en punto. La máquina de escribir era bastante pesada y el pobre chico caminaba cambiándose de mano el pesado artefacto que le dejaba los deditos marcados por el peso. Llegó con mucha antelación y se sintió un poco ridículo por ello.

Como era bastante tímido, optó por alejarse a una distancia prudencial del bar y aguardar a que llegaran los demás, no quería dar la sensación de que estaba deseando que empezaran las clases. Tenía que dar la impresión de que a él aquello le resultaba un rollo, como pensaban todos los alumnos a los que sus padres habían inscrito en el curso augurándoles un futuro prometedor como burócratas.

Cuando advirtió la presencia de una alumna con una máquina de escribir, se acercó al bar.

-¡Hola! ¿A ti te han dicho que era aquí a las ocho también?

-Sí ¡Vaya rollo!

Al cabo de cinco minutos llegaron otros dos alumnos más. En total eran cuatro.

Los dos últimos alumnos eran bien conocidos en su colegio por ser de los más disruptivos y problemáticos.

El niño estudioso volvió a mentir diciendo que estaba harto de esperar a aquel latazo ocultando su desorbitada ilusión por empezar cuanto antes a aprender a manejar aquel instrumento.

Los profesores llegaron y saludaron a todos los alumnos deteniéndose a charlar un rato con la madre de uno de los niños disruptivos.

El bar donde se iban a impartir las clases (a falta de otro local de ambiente más pedagógico) estaba vacío, aunque seguía abierto al público. Los profesores acomodaron a los cuatro alumnos en cuatro mesitas alejadas de la barra.

-Abrid las máquinas y colocad las manitas en la posición inicial.

Poned el meñique izquierdo sobre la a, el anular izquierdo sobre la s, el dedo corazón sobre la d y el índice sobre la f.

Pasamos luego a la mano derecha. El índice derecho sobre la j, el dedo corazón sobre la k, el anular sobre la l y por último el meñique sobre la ñ.

-Vamos a hacer un ejercicio inicial. Tenéis que escribir diez líneas fjf seguido de un espacio y luego jfj. A ver que os vea, muy bien, con cuidado, si se os atranca la máquina, tirad del bloqueo hacia atrás con cuidado y seguid con el ejercicio.

Una vez se hubo asegurado de que sus alumnos estaban bien entretenidos con la tarea mecánica y de haberles proporcionado estrategias de autonomía (si se os atranca la máquina, desatrancadla vosotros, a mí no me interrumpáis) El profesor se fue a la barra del bar con su mujer a tomarse unas cañas y una tapa.

Las clases no eran muy entretenidas o motivadoras. El profesor siempre seguía la misma estrategia, enseñaba cuatro letras por sesión y luego mandaba ejercicios mecánicos y se iba a hablar con el camarero y su mujer.

Los alumnos obedecían sin cuestionar el método pedagógico basado en la repetición de asociaciones de letras sin sentido hasta que un día, la chica organizó un motín entre los discípulos alentada por el chico estudioso.

-¡Esto sería más divertido si escribiéramos alguna frase!

-Tienes razón, menudo rollo todo el día escribiendo asdf  espacio jklñ y tonterías sin sentido. Voy a ir a la barra a  decirle que estamos hartos de escribir tonterías y a pedirle que nos enseñe una frase en condiciones.

Al cabo de un tiempo, la alumna subversiva volvió con su objetivo cumplido.

Me ha costado sacársela porque dice que sólo dominamos ocho letras pero ya tengo frase. Nos ha mandado escribir cien veces …Um, espera que se me ha olvidado. La he apuntado para decírosla, esperad…Aquí esta: “Añada alfalfa salada a la salsa”.

Aunque ninguno de los que estaba allí sabía lo que era  la alfalfa, la frase tenía un sujeto (elíptico pero sujeto al fin y al cabo) y un verbo transitivo con su objeto directo y todo, así que nos dimos más que por satisfechos obviando la poca consistencia semántica del enunciado.

Cuando llegó a su casa después de aquella clase, el niño aplicado sacó la máquina de escribir y un folio en blanco para impresionar a su hermana mayor.

-Siéntate, rápido. Por fin voy a escribirte una frase.

-¿Lo vas a hacer sin mirar al teclado?

-Por supuesto.

“Añada alfalfa salada a la salsa”

-Aquí tienes. ¿No decías que nunca sería capaz de escribir como los de las pelis americanas?

La hermana mayor estalló en una carcajada enorme.

-Menuda tontería. Esto no tiene ni piés ni cabeza. Ya decía yo que habías aprendido muy rápido. Nunca aprenderás a escribir como los mecanógrafos serios. ¿Qué clase de profesional escribiría semejante disparate?
 


Así fueron mis inicios aprendiendo a escribir a máquina. En un bar, con un profesor que bebía cerveza y tapeaba tras darnos la más mínima indicación y deseando poder llegar a casa para demostrarle a mi hermana que algún día lograría tener tantas pulsaciones por minuto como los mecanógrafos profesionales.

Cuando escribo algo en el ordenador y lo proyecto con el cañón o en la pizarra digital, mis alumnos siempre se quedan impresionados de la rapidez con la que escribo y yo no puedo evitar acordarme de aquella noche en la que organizamos un motín para conseguir aquella absurda oración que se me quedó grabada a fuego en la memoria:

“Añada alfafa salada a la salsa”