lunes, 11 de abril de 2016

SMALL TALK


Hoy quiero escribir acerca de lo que los angloparlantes llaman “small talk” y que no es más que esas conversaciones triviales en las que solemos enfrascarnos para evitar el silencio incómodo sobre todo entre personas que no tienen una relación muy estrecha.

A mí se me da fatal. Si no estoy con alguien con el que tenga confianza, no tengo ni la más remota idea de qué hablar, por eso soy más de escuchar. Hablar del tiempo me resulta un tópico tan trillado que me siento ridículo sacándolo a relucir. No me gusta el fútbol y no tengo hijos.

Digo lo de los hijos porque el otro día una mujer acabó usando a su hijo pequeño como tema de conversación para evitar el incómodo silencio entre semidesconocidos. Resulta que a su niño le gusta comerse el jamón de york “picaíto, picaíto” y si no, no se lo come el crío.

Nos dirigíamos al mismo sitio y ambos lo sabíamos. Como íbamos a la misma altura del trayecto, nos vimos abocados al “small talk” durante nuestro recorrido. No sé cómo empezó la cosa ni qué llevó a hablar del crío pero el caso es que acabó confesándome ese gran detalle digno de mención: su hijo se tiene que comer el fiambre muy troceadito.

Yo iba pensando en mis cosas y en una cita de Albert Camus que acababa de leer y que decía algo así como que una vida que acaba en muerte no merece la pena llamarse vida y de repente me convierto en el receptor de un mensaje oral cuyo contenido hace alusión al capricho culinario de un niño que ni siquiera conozco.

No es que el tema no me interesara lo más mínimo lo que realmente me fastidió. Lo que en realidad me provocó cierto desasosiego fue el hecho de analizar la situación y quedarme enquistado en la siguiente reflexión:

“¿Qué clase de imagen proyecto hacia los demás para que una madre presuponga que me interesa que su hijo se coma el jamón de york “picaíto, picaíto”?”

Al analizar la trivialidad del mensaje, añadí:

-¡Anda! Pues entonces le pasa lo mismo que a mi gata que como es de raza  persa y tiene el hocico aplastado, no puede asir bien con la mordida y si le echo un poquito de jamón, se lo tengo que picar también o si no se lo deja.

Ella no respondió nada pero noté cierta cara de “¿y a mí qué me importará la mordida aplastada de tu gata?”

Lo admito, no se me da bien el “small talk”.

Mi problema es que soy incapaz de sacar un tema de conversación neutro que no me obligue a sacar a relucir mi opinión que podría no ser del agrado del colocutor y ante el desconocimiento de la otra parte, prefiero no tentar la suerte.

Además, es que hablar de jamón de york “picaíto” me parece más penoso que aguantar el silencio entre dos semidesconocidos, por ejemplo.

Otro problema añadido es que soy muy respetuoso y valoro mucho la atención de mis interlocutores, no me gusta aburrir porque detesto que me aburran y siempre cuestiono si lo que voy a decir puede o no interesarle al desconocido con el que me veo obligado a hablar de algo.

Pensad en la cantidad de mensajes irrelevantes o que no nos interesan lo más mínimo que tenemos que procesar a diario.

Deberíamos de comunicarnos sólo y exclusivamente por escrito. Con el lenguaje escrito somos mucho menos condescendientes y pasamos directamente de aquello que no nos interesa sin aburrir a los demás ni herir susceptibilidades. ¡Qué maravilla!