El humano es un ser arrojado al mundo. La frase no es mía. La
he leído en algún sitio recientemente pero no recuerdo dónde. Estamos
condenados a existir a sabiendas de que somos finitos y algún día dejaremos de
estar aquí. Esa es la única certeza que tenemos. Vivimos a sabiendas de que
algún día moriremos y mientras llega o no llega lo irremediable (podría ser
mañana, dentro de cinco minutos o de veinte años, he aquí el misterio de la
vida) tenemos en mayor o menor medida eso que llamamos libertad para actuar de
acuerdo con nuestros deseos o principios, siempre dentro de un marco limitado.
¿Qué hacemos con nuestra libertad? Las opciones, si bien
limitadas, son muy variadas y van desde comer bollería industrial en cantidades
industriales hasta reventar como la bomba de Hiroshima (llenarte de
carbohidratos y grasas trans para combatir el vacío existencial y el nihilismo)
hasta perseguir la espiritualidad más absoluta y convertirnos en éter
(metafóricamente hablando, porque siempre se nos escapará algún que otro pedo,
por mucho que nos empeñemos en contenerlo)
Como seres corpóreos con flatulencias, tenemos deseos
concupiscentes y podemos dedicarnos tanto a satisfacerlos en cuanto se
presenten (estas sardinas asadas tan ricas
“pa mi polla”, que diría un buen granaíno) o a negar nuestra corporeidad
o filosofar acerca de nuestra propia existencia y dedicarnos a buscar la verdad
absoluta. En cualquier caso, algún día, todo habrá acabado.
Hoy quiero escribir un artículo dedicado a los narcóticos. No
a las sustancias nocivas o estupefacientes que nos evaden dañando la salud al
mismo tiempo, sino a las acciones cotidianas inocuas y cutres salchicheras que
nos ayudan a escapar momentáneamente de la sensación de finitud que cae sobre
nuestras espaldas desde el momento en que adquirimos consciencia de nuestra
existencia.
Son esas pequeñas trivialidades que nos distraen a diario y
nos provocan sensación fantasma de inmortalidad porque desvían nuestra atención
y nos hacen ser unos seres inconscientes de nuestra trasitoriedad. Pueden ser,
en el fondo, cualquier cosa que nos distraiga: un crucigrama, la planificación
de una fiesta o un viaje, una discusión acalorada, un paseo por el campo, un
partido de fútbol o una excursión al cine, rezar el rosario o saltar a la
comba, cantar bajo la ducha o comer pipas, ayudar a los demás o poner a la
vecina del cuarto a caer de un burro llamándola puta aunque no haya conocido
varón, trabajar hasta el agotamiento o
rascarnos la barriga viendo telebasura, sacarnos mocos o ir a misa los domingos,
esculpir nuestro cuerpo en el gimnasio o criar barriga y cartucheras, comer en
casa de los suegros el fin de semana o ir de putas, tomar anís a palo seco o un
zumo natural de fruta orgánica.
La vida es en el fondo
una distracción, un continuo desvío de atención de una verdad incómoda, un
continuo autoengaño. La vida es una charada o una broma pesada.
Una aclaración: ni estoy deprimido, ni me estoy planteando el suicidio.
Eso sí, últimamente me ha dado por leer filosofía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario