martes, 3 de marzo de 2015

NARCÓTICOS, BARBITÚRICOS Y ESTUPEFACIENTES SIN PRESCRIPCIÓN MÉDICA.


El humano es un ser arrojado al mundo. La frase no es mía. La he leído en algún sitio recientemente pero no recuerdo dónde. Estamos condenados a existir a sabiendas de que somos finitos y algún día dejaremos de estar aquí. Esa es la única certeza que tenemos. Vivimos a sabiendas de que algún día moriremos y mientras llega o no llega lo irremediable (podría ser mañana, dentro de cinco minutos o de veinte años, he aquí el misterio de la vida) tenemos en mayor o menor medida eso que llamamos libertad para actuar de acuerdo con nuestros deseos o principios, siempre dentro de un marco limitado.

 
 
¿Qué hacemos con nuestra libertad? Las opciones, si bien limitadas, son muy variadas y van desde comer bollería industrial en cantidades industriales hasta reventar como la bomba de Hiroshima (llenarte de carbohidratos y grasas trans para combatir el vacío existencial y el nihilismo) hasta perseguir la espiritualidad más absoluta y convertirnos en éter (metafóricamente hablando, porque siempre se nos escapará algún que otro pedo, por mucho que nos empeñemos en contenerlo)

Como seres corpóreos con flatulencias, tenemos deseos concupiscentes y podemos dedicarnos tanto a satisfacerlos en cuanto se presenten (estas sardinas asadas tan ricas  “pa mi polla”, que diría un buen granaíno) o a negar nuestra corporeidad o filosofar acerca de nuestra propia existencia y dedicarnos a buscar la verdad absoluta. En cualquier caso, algún día, todo habrá acabado.

Hoy quiero escribir un artículo dedicado a los narcóticos. No a las sustancias nocivas o estupefacientes que nos evaden dañando la salud al mismo tiempo, sino a las acciones cotidianas inocuas y cutres salchicheras que nos ayudan a escapar momentáneamente de la sensación de finitud que cae sobre nuestras espaldas desde el momento en que adquirimos consciencia de nuestra existencia.

Son esas pequeñas trivialidades que nos distraen a diario y nos provocan sensación fantasma de inmortalidad porque desvían nuestra atención y nos hacen ser unos seres inconscientes de nuestra trasitoriedad. Pueden ser, en el fondo, cualquier cosa que nos distraiga: un crucigrama, la planificación de una fiesta o un viaje, una discusión acalorada, un paseo por el campo, un partido de fútbol o una excursión al cine, rezar el rosario o saltar a la comba, cantar bajo la ducha o comer pipas, ayudar a los demás o poner a la vecina del cuarto a caer de un burro llamándola puta aunque no haya conocido varón, trabajar  hasta el agotamiento o rascarnos la barriga viendo telebasura, sacarnos mocos o ir a misa los domingos, esculpir nuestro cuerpo en el gimnasio o criar barriga y cartucheras, comer en casa de los suegros el fin de semana o ir de putas, tomar anís a palo seco o un zumo natural de fruta orgánica.

 La vida es en el fondo una distracción, un continuo desvío de atención de una verdad incómoda, un continuo autoengaño. La vida es una charada o una broma pesada.

Una aclaración: ni estoy deprimido, ni me estoy planteando el suicidio. Eso sí, últimamente me ha dado por leer filosofía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario