Uno de los requisitos para ser invisible es saber anticiparse
a lo que la gente que te rodea en cada momento considera tabú y escurrir el
bulto y no mojarse cuando te decidas a abrir tu boquita de piñón si realmente
quieres pasar desapercibido.
Cuando hablo de invisibilidad, me refiero a esas personas que
son capaces de no significarse en ninguna reunión (yo tiré la toalla hace
tiempo) Me pierde la vehemencia y el hastío que me producen los lugares comunes
y muy a menudo acabo por meter la pata. ¡Menudo muermo si tu vida se convierte
en un juego de tabú donde nunca le dan al chivato! (o al menos eso es lo que a
mí me parece)
El caso es que estoy plenamente convencido que la gente de la
que hablo es tremendamente insolente y políticamente incorrecta en su fuero
interno, pero son hábiles en el manejo del eufemismo o esquivando tabúes. Hubo
una época en la que me provocaban cierta admiración: ¿cómo harán para pegarse
un punto en la lengua oyendo la cantidad de gilipolleces que les están
soltando? ¿No serán ejemplares del
superhombre del que Nietzsche hablaba? Era una época en la que la visceralidad
corría por mis venas y arreglaba todo arrojando veneno por doquier.
No hizo falta mucha reflexión para darme cuenta de que no
llegaría muy lejos llamando al pan, pan y al vino, vino y comencé a observar a
estos especímenes expertos en la indirecta y el circunloquio. Con el tiempo,
supe templarme y advertir lo que la gente no quería oír, callando en una
primera fase para más tarde, si la rabia contenida amenazaba mi equilibrio
homeostático, defenderme haciendo uso de la perífrasis y el rodeo lingüístico.
Aparentemente, el eufemismo me permitía hablar sin levantar
ampollas, pero se presentó un problema añadido: no todo interlocutor era capaz
de reconocerlo y por ende, no siempre resultaba efectivo.
A las personas invisibles nunca les molesta nada. Nunca
tienen una opinión contundente. Jamás se sienten indignadas, sólo “algo molestas”
y su frase favorita es: “en fin, ¿qué le vamos a hacer?”
Lo siento, la tibieza me resulta anodina. Por más que me instruya
en discernir la opinión vetada de la aceptada, nunca conseguiré perder mi
visibilidad. Nunca llegaré a ser invisible.
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