miércoles, 12 de marzo de 2014

CÓMO SER INVISIBLE


Uno de los requisitos para ser invisible es saber anticiparse a lo que la gente que te rodea en cada momento considera tabú y escurrir el bulto y no mojarse cuando te decidas a abrir tu boquita de piñón si realmente quieres pasar desapercibido.

Cuando hablo de invisibilidad, me refiero a esas personas que son capaces de no significarse en ninguna reunión (yo tiré la toalla hace tiempo) Me pierde la vehemencia y el hastío que me producen los lugares comunes y muy a menudo acabo por meter la pata. ¡Menudo muermo si tu vida se convierte en un juego de tabú donde nunca le dan al chivato! (o al menos eso es lo que a mí me parece)

El caso es que estoy plenamente convencido que la gente de la que hablo es tremendamente insolente y políticamente incorrecta en su fuero interno, pero son hábiles en el manejo del eufemismo o esquivando tabúes. Hubo una época en la que me provocaban cierta admiración: ¿cómo harán para pegarse un punto en la lengua oyendo la cantidad de gilipolleces que les están soltando? ¿No serán ejemplares  del superhombre del que Nietzsche hablaba? Era una época en la que la visceralidad corría por mis venas y arreglaba todo arrojando veneno por doquier.

No hizo falta mucha reflexión para darme cuenta de que no llegaría muy lejos llamando al pan, pan y al vino, vino y comencé a observar a estos especímenes expertos en la indirecta y el circunloquio. Con el tiempo, supe templarme y advertir lo que la gente no quería oír, callando en una primera fase para más tarde, si la rabia contenida amenazaba mi equilibrio homeostático, defenderme haciendo uso de la perífrasis y el rodeo lingüístico.

Aparentemente, el eufemismo me permitía hablar sin levantar ampollas, pero se presentó un problema añadido: no todo interlocutor era capaz de reconocerlo y por ende, no siempre resultaba efectivo.

A las personas invisibles nunca les molesta nada. Nunca tienen una opinión contundente. Jamás se sienten indignadas, sólo “algo molestas” y su frase favorita es: “en fin, ¿qué le vamos a hacer?”

Lo siento, la tibieza me resulta anodina. Por más que me instruya en discernir la opinión vetada de la aceptada, nunca conseguiré perder mi visibilidad. Nunca llegaré a ser invisible.

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