Heráclito de Éfeso
decía que nunca te puedes bañar en el mismo río porque el agua fluye sin pausa
y que lo único certero era el continuo cambio.
Y tenía razón. Nada es
estático. Todo muta, mejora, empeora, evoluciona, degenera, crece, disminuye,
sube, baja, se evapora, se derrite, se solidifica, arde, crece, envejece,
muere…
Las relaciones sociales
son tan cambiantes como la materia. Y sin embargo, tendemos a pensar en ellas
como algo estático.
Esta persona es “mi
amigo”, “mi pareja”, “mi enemigo”, “mi vecino”, “mi compañero de trabajo”, “mi
jefe”, “mi ídolo”, “mi prototipo”, etc.
Nos gusta poner
etiquetas, clasificar la realidad y ordenarla en cajones. Hay personas más
metódicas que otras. Algunas meten dentro del mismo cajón relaciones muy
heterogéneas llamándolas por el mismo nombre. Otras, en cambio, son unas
obsesas del orden y analizan detenidamente cualquier tipo de relación antes de
introducirla en cada compartimento.
No es un error
clasificar la realidad para poder lograr entender su complejidad de alguna
manera. Es inevitable catalogar para interpretar. Es más, quizás sea la única
forma de obtener un cierto grado de comprensión
de lo que nos rodea.
El craso error consiste
en cerrar los cajones con llave y pretender eternizar lo perecedero, conferir
estatismo a lo dinámico.
No. La vida es un pez
que resbala de las manos y no la empuñadura de un machete.
Las consultas de los
psicólogos están llenas de personas que se empeñan en atrapar truchas con las
manos embadurnadas de aceite.
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