martes, 4 de octubre de 2016

LA RATA CON CALVAS Y OJOS AMARILLOS

Sócrates pensaba que obrar mal era sinónimo de ignorancia porque el que conocía de verdad la virtud la elegía siempre. Defendía el intelectualismo moral hasta el punto de insistir en que el que obra mal no es consciente de ello porque de lo contrario no actuaría de esa forma.

Yo lamento ser un poco menos optimista y estoy convencido de que ser consciente de que algo hace daño a un tercero no te impide llevarlo a cabo.

Se trata de algo así como el rancio: “¿Adónde vas, Andrés? A mi propio interés” del refrán. Y si para conseguir lo que quiero es necesario pisotear un poquito o mucho a alguien, que se fastidie, ¡que no hubiera nacido! El ser humano es capaz de pasarse la máxima de la ética kantiana de no tratar a las personas como medios sino como fines en sí por el arco del triunfo con demasiada facilidad.

Hoy quiero centrarme en esas faltas de consideración con el prójimo, el dejarse invadir por el egoísmo aún siendo consciente del posible perjuicio a los demás. El “si hubiera sido él/ella, seguro que no hubiese pensado en mí” que justifica cualquier falta de civismo, solidaridad o respeto. El bicho con forma de rata con calvas y ojos amarillos que todo ser humano lleva dentro de una manera u otra. Lo que nos aparta de los demás y nos atrapa dentro de nosotros mismos convirtiéndonos en cíclopes de garras afiladas. Lo que nos aleja de nuestra candidez infantil conduciéndonos a la adultez bien curtida.

Esa rata sale de su alcantarilla y es capaz de mantener la mirada a su víctima.


Esa rata, a veces no está encerrada en el ser humano, a veces es el propio ser humano.

1 comentario: