No
lo digo yo, lo dicen los matemáticos: la probabilidad de que a usted le toque la lotería de Navidad es de
una entre cien mil suponiendo que compre un boleto. Comprando más números, las
posibilidades aumentan, pero el crecimiento de la posibilidad de resultar
ganador es más lento que le inversión que requiere, es muy caro comprar la
suerte.
Para
colmo de males, basándonos en estadísticas actuales de seguridad vial, es más
probable que le atropellen a que le toque la lotería. Mientras leía esta
información en el periódico esta mañana, se me ocurrió una clasificación de
tipos de personas:
Por
una parte, están aquellas que piensan que a pesar de las pocas posibilidades,
algún día les va a tocar la lotería. En este grupo entraría mi madre, que me
amenaza a diario con largarse a un asilo de cinco estrellas cuando le toque la
lotería.
-
Pedirás
parte a las vecinas y me buscarás desesperado como Marco, pero lo único que te
dirán de mí será que me largué en un taxi con lo puesto y no respondí cuando me
preguntaron adónde.
O
supedita cualquier acontecimiento a los números de la primitiva.
-
La
próxima vez que vengas a verme no sé si me pillarás aquí.
-
¿Pero por
qué no, mamá?
-
Me va a tocar
la lotería y habré picado billete.
En
el otro grupo están las que piensan que tienen "la negra" y “se curan en salud”.
A este grupo pertenecería una antigua alumna de la que fui tutor hace tiempo. El
día que unos enfermeros vinieron a clase a dar una charla sobre métodos
anticonceptivos y de prevención de las ETS, comentó a toda la clase que a pesar del bajo riesgo de
embarazo tomando la píldora y usando condón al mismo tiempo, insistió en si no
sería mejor poner los condones dobles.
-
Con la
mala suerte que tengo, seguro que preño- se quejaba en voz alta frente al resto
de compañeros.
La
azarosa diosa fortuna es imprevisible. De hecho, la rutina es una ilusión
mental. En cualquier momento nos cambia la suerte para bien o para mal y nos
quedamos con cara de panoli.
El
factor sorpresa y el “nunca se sabe” siempre están volando alrededor de
nuestros planes. La vida es muy larga y da muchas vueltas, tantas, que a veces
uno se marea y no da crédito a lo que acontece el día que menos esperábamos.
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