Acabo de buscar en el diccionario de la RAE la palabra
“chacho” y no recoge la acepción de “parentesco familiar, tío”; así que supongo
que cuando mi madre me enseñó a referirme a mis tíos llamándoles chachos era
por el motivo que yo siempre he pensado. Son muy mayores.
Me llevo veinte años con mi hermano mayor, de lo cual se
desprende que mis padres son mayores, mis tíos son mayores y hasta todos mis primos son mayores que yo, algunos
tan mayores que yo no sabía que eran primos míos porque uno siempre tiene esa
imagen del primo que es más o menos de tu edad y juega contigo de pequeño y no
de la prima que viene a casa a hablar de los papeles que le van a pedir cuando
quiera jubilarse mientras tú estás viendo los dibujos animados bebiéndote un
batido de chocolate.
En párvulos, cuando tocaba dibujar a la familia siempre me
caía la misma pregunta por parte de mis compañeros de clase: “¿Tú no tienes
titos?”
-No-respondía- pero
tengo un “chacho” que piensa que todo es una mierda.
No podría referirme a mi chacho llamándole tío o tito, es
demasiado mayor. Si lo hiciera, pensaría que me estoy mofando de él. Cualquier
día de estos lo llamo “tito” sólo por verle la cara que pone. Además,
conociendo su carácter tampoco le pegaría el apelativo cariñoso “tito”. Él no
lo sabe pero es un filósofo de la escuela del pesimista Schopenhauer que decía
que “No hay que esperar mucha felicidad para no ser muy infeliz”. Mi chacho es
el artífice de citas tan desmoralizantes como: “Ya mismo es uno un viejo caduco
y un viejo no es más que una máquina de fabricar mierda”
Ya os advertí que cuando mi madre me instaba a llamarlo
“chacho” era por algo.
Tanto él como mi madre son dos pesimistas natos, pero a
diferencia de mi madre, mi chacho es además de pesimista el primer referente de
misantropía que tuve en mi vida.
Me temo que yo sigo con la tradición familiar en este aspecto
y no creo que nadie me describa nunca como un optimista.
El pesimismo heredado por parte de mi familia materna es sin
embargo, un pesimismo útil a lo Schopenhauer.
Más de una vez, me he parado a analizar por qué cualquiera de los tres (mi
madre, mi chacho o yo) reaccionaría ante
una nimia molestia tipo padrastro en el dedo índice sentenciando: “Lo que tiene
uno ya es que morirse”.
Obviamente, hay una figura retórica dentro de este tipo de
comentarios, la hipérbole, de la cual tanto mi chacho, mi madre y yo abusamos a
diario. Somos unos pesimistas desmesurados porque canalizamos nuestra
frustración de manera errónea y pensamos como Schopenhauer, que hay que esperar
poco de la vida en general para no llevarse chascos. Claro está, ante el resto
de los miembros de la familia somos unos excéntricos exagerados que provocamos
la carcajada en pequeñas dosis y el más absoluto hartazgo si tenemos un día
chungo, ya prácticamente nadie nos toma en serio dentro de la familia, y con
razón.
Antonio Gramsi decía que el pesimismo era un asunto de la
inteligencia y el optimismo de la voluntad.
No sé si es voluntad lo que les falta, pero sí es cierto que
tanto mi madre como mi chacho son personas que rebosan ingenio. Es una pena que
lo usen de manera autodestructiva la mayoría de las veces.
No hay comentarios:
Publicar un comentario