martes, 10 de noviembre de 2015

DEMOCRACIA Y ECUANIMIDAD


Conviene tener en mente aquello del “memento mori”  (recuerda que te vas a morir algún día) para relativizar los contratiempos u obstáculos del día a día que a veces te dan la sensación de eternidad al hacerte sentir demasiado vivo. Pocas cosas puede uno afirmar sin riesgo a equivocarse, entre ellas está la del poder democrático de la muerte, la única cosa que de verdad es ecuánime hoy por hoy.

¿Qué le ocurre al cuerpo humano al morir?

La duración del proceso de descomposición varía según el clima y otros factores.

Primero los médicos deben certificar que alguien ha muerto. Escuchan durante un minuto si el corazón está latiendo y toman el pulso también durante un minuto.

Hay que asegurarse de que no esté respirando y revisar las pupilas con una linterna para comprobar que no responden al estímulo de la luz.

Si todavía tienes dudas, puedes frotarle el esternón. Éste es un procedimiento doloroso: si la persona no está muerta, reaccionará en seguida, a causa del dolor.

Cuando el corazón deja de latir, la sangre deja de circular, se espesa y se coagula. Al dejar de circular, comienza a acomodarse por el peso de la gravedad en un proceso conocido como livor mortis o lividez post mórtem.

Sin circulación, el cuerpo comienza a perder temperatura y los músculos se endurecen, en un proceso conocido como rigor mortis.

Este proceso suele iniciarse después de 4 o 6 horas, primero en los músculos más pequeños como los de los párpados o la mandíbula, luego le sigue el cuello, y más tarde los músculos más grandes como los brazos o las piernas. Dura entre 36 y 48 horas, dependiendo de una serie de circunstancias. El frío, por ejemplo, puede alargar el rigor mortis. Pero si uno tiene fiebre cuando muere, se acelera.

Al dejar de respirar, las células ya no se nutren de oxígeno. Sin oxígeno, la mitocondria dentro de las células no puede producir adenosín trifosfato, una sustancia química que cumple una serie de funciones celulares.

En el momento en que la rigidez cadavérica termina, el cuerpo se habrá enfriado a la temperatura del ambiente. La piel de la cabeza y el cuello se decolorarán y se extenderá al pecho, los muslos y el resto del cuerpo.

Las células muertas comienzan a romperse y a liberar toda clase de sustancias -incluidas enzimas- que crean un ambiente ideal para las bacterias y los hongos, que comienzan a descomponer el cuerpo.

Durante el proceso de descomposición, las bacterias despiden una gran variedad de derivados químicos. Dos en particular, la putrescina y la cadaverina, ambas de un olor muy desagradable.

Los rasgos faciales se volverán irreconocibles y el cuerpo comenzará a oler a carne podrida. Después de tres días el gas comienza a acumular las bacterias y, como el cuerpo ya no puede combatir, éstas comienzan a disolver los tejidos. El gas forma burbujas de 2,5 a 5 cm de diámetro en la piel. También se producen compuestos que contienen azufre. El cuerpo puede hincharse y derramar líquido por los orificios.

Como el cuerpo se encoge y la piel se marchita, las uñas de los pies y manos dan la sensación de haber crecido unos milímetros.

El cabello crece muy poco cada día. Pero cuando uno muere este proceso se detiene. Es decir, no es que las uñas crezcan, sino que la piel que las rodea se retrae. Y a medida que se deshidrata, las uñas van pareciendo un poco más largas.

Lo mismo pasa con la piel de la barbilla de un muerto: se retrae y hace que los vellos sean más prominentes.

 

 

 

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