martes, 26 de enero de 2016

EL PUZLE DE TU VIDA.


Toda existencia no es más que un puzle que se va completando con el paso del tiempo.

El que arma el puzle tiene un tiempo limitado, a veces escaso dada su complejidad y otras muchas excesivo teniendo en cuenta la extrema simplicidad del sujeto fragmentado.

Todos hemos sido arrojados a la sala de puzles y tenemos que armar el nuestro.

En la sala de puzles, la interacción es inevitable. Unos influimos en otros de manera positiva o negativa.

Mirar de soslayo un puzle parecido al tuyo puede guiarte en cierto modo aunque siempre frustra buscar piezas que el tuyo no posee.

Examinar puzles de complejidad muy dispar a veces te da rabia. ¿Cuántas veces al ver un puzle de muchas menos piezas que el tuyo ya terminado te han dado  ganas de lanzar el tuyo por los aires?

Si lo haces, te verás obligado a empezar de cero de nuevo. Al fin y al cabo, en la sala de puzles, no hay otra cosa que hacer.

No es una buena idea deshacerte de las piezas que no te gusten y esconderlas o tirarlas a la basura. Sería una auténtica pena dejar tu puzle inacabado por este motivo. Piensa en la cantidad de puzles con todas las piezas y aun así  incompletos por falta de tiempo.

Tampoco es recomendable forzar las piezas por impaciencia pueril. Si la pieza no encaja, continúa por otro vértice hasta que reúnas de nuevo la serenidad y la paciencia para acatar la parte que se te resiste.

Seamos sinceros, la mayoría de los puzles son bastante complejos, ya sea por el dibujo o por el número de piezas. Es por eso por lo que experimentamos rabia, pena, impaciencia, frustración, miedo y nerviosismo durante el proceso de montaje.
 
 
 
 

Si te sirve de consuelo, ningún puzle, por muy simple que te parezca, acaba completándose del todo. Un puzle es una ilusión más que un cúmulo tangible de piezas desordenadas, de la misma manera que una vida es una colección de vivencias que van mutando en recuerdos fantasmagóricos condenados al olvido tarde o temprano.

Ya lo sé. Tú también lo has pensado. Ahora todo encaja.

Llámame ladrón de metáforas, entonces.

 

 

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