sábado, 23 de enero de 2016

OLVIDOS Y ELUCUBRACIONES


La mente humana es un misterio insondable. Recuerdo perfectamente un soneto de Góngora que aprendí en primero de BUP y he tardado toda una mañana intentando averiguar dónde dejé las llaves anoche.

Llegué a pensar que me las dejé en la cerradura. Abrí, entré y con el despiste seguramente ni me molesté en cogerlas.

Ya me ha pasado dos veces. Una de ellas, el vecino de enfrente tocó al timbre para advertirme del descuido y yo me asomé a la mirilla y no le quise abrir porque pensaba que se trataba de un testigo de Jehová que venía a predicar. Él se percató de mi presencia detrás de la puerta y  de que no quería abrirle y me avisó del descuido desde fuera .
 Mi vecino no tiene pinta de testigo de Jehová, ahora que lo pienso, pero es que yo nunca abro cuando llaman al timbre porque en mi casa si llaman al timbre de la puerta directamente sin llamar al portero automático antes es o bien para vender o bien para predicar y  como tengo una férrea convicción de que ningún Dios permitiría la evangelización puerta a puerta si de verdad respetase al ser humano y ningún producto ganga necesita que lo publiciten de casa en casa, ignoro el timbre.

Al abrir la puerta para comprobar si las llaves seguían en la cerradura y ver que no estaban y pasar media mañana buscando las llaves por toda la casa sin encontrarlas, he empezado a imaginar un posible desenlace a mi distracción.

A lo mejor un comercial o un testigo de Jehová ha venido a visitarme esta mañana y al encontrarse las llaves en la cerradura se las ha llevado y está pensando qué hacer con ellas. Posiblemente estarían maquinando un robo, pero también he pensado qué me iban a robar ¡Como no se lleven a la gata persa…! Es probablemente lo más caro que hay en la casa, el resto de enseres y muebles son low cost, no poseo joyas de ningún tipo, mi reloj de pulsera es un Casio que me compré en Ceuta por treinta euros. La tele, si se la llevan, me hacen un favor porque está obsoleta y el ordenador portátil que tengo no vale un duro.

Descarté la posibilidad de robo.

Empecé a barajar la posibilidad de secuestro exprés. Las llaves las tiene seguramente una banda de Latin Kings y vendrán esta noche a amordazarme, seguramente. ¿Qué hago ahora?

Seguí buscando las llaves repasando una y otra vez todos los muebles. Miré hasta dentro de la nevera y me acordé de un episodio de la infancia de una de mis hermanas que me cuenta mi madre: cuando el primer frigorífico  llegó a casa, mi hermana pensó que se trataba de una especie de zapatero y metió sus zapatitos dentro.

¿Habré sido capaz de tirar las llaves al váter?

No sé qué resultaba más descabellado, si pensar que una banda de Latin Kings estuviese planeando secuestrarme esta noche o considerar la posibilidad de haber tirado las llaves al váter. Pero es que cincuenta metros cuadrados no dan para mucho más, la verdad.

Puse el armario patas arriba. Miré en todos los bolsillos. A lo mejor las chaquetas  y los pantalones hacen trueques de objetos olvidados por la noche ¿Quién sabe?

Seguí sopesando posibilidades cada vez más absurdas. A lo mejor se me cayeron las llaves por el camino y entré porque me había dejado la puerta abierta al irme al trabajo. Lo dudo, compruebo dando diez golpecitos a la puerta que está cerrada antes de salir. Si estoy dentro, las llaves tienen que estar aquí por narices.

¿Se las habrá tragado la gata? ¿Estarán en su arenero?

Finalmente, me he dicho a mí mismo: “Sé normal. Actúa y piensa como lo haría una persona normal y corriente”, y ha sido en ese preciso instante en el que me he dirigido al mueble de la puerta de entrada, lo he retirado y allí detrás estaba el manojo de llaves. Las solté encima al llegar y se cayeron por detrás.

Lo sé. Mi cerebro actúa de manera extraña. No creo que mucha gente sienta miedo ante la llegada inminente de una pandilla de gánsteres a casa cuando no recuerda bien donde dejó las llaves.

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