lunes, 7 de abril de 2014

AÑADA ALFALFA SALADA A LA SALSA


Por fin llegó el ansiado día en el que el chaval empezaba las clases de mecanografía. A las siete y media de la tarde, ya estaba listo para acudir al bar donde los profesores le habían citado a las ocho en punto. La máquina de escribir era bastante pesada y el pobre chico caminaba cambiándose de mano el pesado artefacto que le dejaba los deditos marcados por el peso. Llegó con mucha antelación y se sintió un poco ridículo por ello.

Como era bastante tímido, optó por alejarse a una distancia prudencial del bar y aguardar a que llegaran los demás, no quería dar la sensación de que estaba deseando que empezaran las clases. Tenía que dar la impresión de que a él aquello le resultaba un rollo, como pensaban todos los alumnos a los que sus padres habían inscrito en el curso augurándoles un futuro prometedor como burócratas.

Cuando advirtió la presencia de una alumna con una máquina de escribir, se acercó al bar.

-¡Hola! ¿A ti te han dicho que era aquí a las ocho también?

-Sí ¡Vaya rollo!

Al cabo de cinco minutos llegaron otros dos alumnos más. En total eran cuatro.

Los dos últimos alumnos eran bien conocidos en su colegio por ser de los más disruptivos y problemáticos.

El niño estudioso volvió a mentir diciendo que estaba harto de esperar a aquel latazo ocultando su desorbitada ilusión por empezar cuanto antes a aprender a manejar aquel instrumento.

Los profesores llegaron y saludaron a todos los alumnos deteniéndose a charlar un rato con la madre de uno de los niños disruptivos.

El bar donde se iban a impartir las clases (a falta de otro local de ambiente más pedagógico) estaba vacío, aunque seguía abierto al público. Los profesores acomodaron a los cuatro alumnos en cuatro mesitas alejadas de la barra.

-Abrid las máquinas y colocad las manitas en la posición inicial.

Poned el meñique izquierdo sobre la a, el anular izquierdo sobre la s, el dedo corazón sobre la d y el índice sobre la f.

Pasamos luego a la mano derecha. El índice derecho sobre la j, el dedo corazón sobre la k, el anular sobre la l y por último el meñique sobre la ñ.

-Vamos a hacer un ejercicio inicial. Tenéis que escribir diez líneas fjf seguido de un espacio y luego jfj. A ver que os vea, muy bien, con cuidado, si se os atranca la máquina, tirad del bloqueo hacia atrás con cuidado y seguid con el ejercicio.

Una vez se hubo asegurado de que sus alumnos estaban bien entretenidos con la tarea mecánica y de haberles proporcionado estrategias de autonomía (si se os atranca la máquina, desatrancadla vosotros, a mí no me interrumpáis) El profesor se fue a la barra del bar con su mujer a tomarse unas cañas y una tapa.

Las clases no eran muy entretenidas o motivadoras. El profesor siempre seguía la misma estrategia, enseñaba cuatro letras por sesión y luego mandaba ejercicios mecánicos y se iba a hablar con el camarero y su mujer.

Los alumnos obedecían sin cuestionar el método pedagógico basado en la repetición de asociaciones de letras sin sentido hasta que un día, la chica organizó un motín entre los discípulos alentada por el chico estudioso.

-¡Esto sería más divertido si escribiéramos alguna frase!

-Tienes razón, menudo rollo todo el día escribiendo asdf  espacio jklñ y tonterías sin sentido. Voy a ir a la barra a  decirle que estamos hartos de escribir tonterías y a pedirle que nos enseñe una frase en condiciones.

Al cabo de un tiempo, la alumna subversiva volvió con su objetivo cumplido.

Me ha costado sacársela porque dice que sólo dominamos ocho letras pero ya tengo frase. Nos ha mandado escribir cien veces …Um, espera que se me ha olvidado. La he apuntado para decírosla, esperad…Aquí esta: “Añada alfalfa salada a la salsa”.

Aunque ninguno de los que estaba allí sabía lo que era  la alfalfa, la frase tenía un sujeto (elíptico pero sujeto al fin y al cabo) y un verbo transitivo con su objeto directo y todo, así que nos dimos más que por satisfechos obviando la poca consistencia semántica del enunciado.

Cuando llegó a su casa después de aquella clase, el niño aplicado sacó la máquina de escribir y un folio en blanco para impresionar a su hermana mayor.

-Siéntate, rápido. Por fin voy a escribirte una frase.

-¿Lo vas a hacer sin mirar al teclado?

-Por supuesto.

“Añada alfalfa salada a la salsa”

-Aquí tienes. ¿No decías que nunca sería capaz de escribir como los de las pelis americanas?

La hermana mayor estalló en una carcajada enorme.

-Menuda tontería. Esto no tiene ni piés ni cabeza. Ya decía yo que habías aprendido muy rápido. Nunca aprenderás a escribir como los mecanógrafos serios. ¿Qué clase de profesional escribiría semejante disparate?
 


Así fueron mis inicios aprendiendo a escribir a máquina. En un bar, con un profesor que bebía cerveza y tapeaba tras darnos la más mínima indicación y deseando poder llegar a casa para demostrarle a mi hermana que algún día lograría tener tantas pulsaciones por minuto como los mecanógrafos profesionales.

Cuando escribo algo en el ordenador y lo proyecto con el cañón o en la pizarra digital, mis alumnos siempre se quedan impresionados de la rapidez con la que escribo y yo no puedo evitar acordarme de aquella noche en la que organizamos un motín para conseguir aquella absurda oración que se me quedó grabada a fuego en la memoria:

“Añada alfafa salada a la salsa”

 

 

 

 

 

 

 

 

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