Cada vez que
busco un regalo para el Día de la Madre me acuerdo de lo que contaba mi
profesor de filosofía en COU sobre Diógenes, el más famoso de los filósofos de
la escuela de los cínicos, que vivía en un tonel y que no poseía más bienes que
una capa, un bastón y una bolsa de pan y que una vez que estaba sentado tomando
el sol delante de su tonel, le visitó Alejandro Magno, el cual se colocó
delante del sabio y le dijo que si deseaba alguna cosa, él se la daba. Diógenes
le contestó. “Sí, que te apartes un poco y no me tapes el sol”. De esta manera
mostró Diógenes que era más rico y más feliz que el gran general, pues tenía
todo lo que deseaba, prácticamente nada.
Algo así le
ocurre a mi madre, que es de la escuela de Diógenes aunque ella no es
consciente de ello. Es tan austera y tan poco caprichosa que es imposible
sorprenderla con un regalo que le haga ilusión.
Ya le he
regalado varias plantas, pero está harta, porque siempre le regalo lo mismo y
además le da una pena horrible que se le sequen, tiene muy buena mano para la
jardinería y siempre me fascinó cómo lograba resucitar flores y plantas mustias
que le traían las vecinas. Los ramos de flores los odia, porque para ella es
como entregarle un cadáver justo después de haberle practicado la reanimación
fallida y se siente impotente al saber que no hay nada que hacer ya que
acabarán por marchitarse.
Si por lo
menos tuviera algún vicio o pasatiempo me pondría las cosas más fáciles. Pero
su único hobby así más llamativo es rezar el rosario. Aún así, también está
harta de que le regale rosarios y estampitas de santos. Es que una cosa es ser
religiosa y otra cosa es tener un pelmazo de hijo que te trae una estampita de
un santo o un rosario de todas las ciudades católicas que visita.
Yo siempre
me invento alguna trola sobre hazañas de los santos que salen en las estampitas
que le regalo para impresionarla. La última vez me inventé que el rosario de
piedra que le traje de Croacia estaba hecho de una roca que pisó la misma virgen
en una de sus apariciones en el santuario de Medjugorje en Bosnia; bueno, para
hacer honor a la verdad le trasladé lo que me contó el hippy al que se lo
compré en la puerta de una iglesia.
Es tan
sumamente difícil buscar algo original que le pueda agradar que también me
viene a la mente el comienzo de la primera novela cutre que cayó en mis manos
cuando solo tenía ocho años: “Dallas”. La novela era un obsequio que venía con
el suavizante Vernel en una promoción estival.
Un día mi
madre llegó del súper y me dijo:
-Me han dado
este libro con el suavizante, léetelo y te entretienes.
No os podéis
hacer una idea de cómo me aburría en las interminables tardes de verano en casa
sin poder hacer ruido porque todos dormían la siesta ya que se levantaban a las
seis de la mañana para trabajar.
En el comienzo de la novela, una de los
personajes que había sido invitada a la fiesta de cumpleaños de un magnate
millonario se quejaba de lo difícil que era elegir un regalo que le pudiera
llamar la atención. Así me siento yo, aunque mi madre no sea ninguna
millonaria. Finalmente optó por regalarle un paraguas rojo, aunque no recuerdo
si al magnate le gustó o hizo un ridículo espantoso porque el principio de la
novela es todo lo que recuerdo. Leer “Dallas” con ocho años es muy heavy y toda
una proeza recordar el principio.
Tengo de
plazo hasta el sábado, supongo que se me ocurrirá algo hasta entonces.
Por cierto, los bombones y dulces están descartados porque es diabética.
Por cierto, los bombones y dulces están descartados porque es diabética.
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