¿En qué momento nos creímos a
pies juntillas el eslógan de L´oreal, ese de “porque yo lo valgo”? Una cosa es
tener seguridad en uno mismo y otra pensar que tienes derecho a imponer tu criterio
porque sí.
Cuando alguien me cuenta un problemilla
personal tipo "¿cómo esta persona puede ser tan sumamente cabrona conmigo?". Yo siempre
respondo lo mismo:
-¿En qué artículo de la
Constitución Española se prohíbe de manera tácita ser un auténtico hijo de puta
con los demás?
-Bueno, el artículo 14 habla de
igualdad y de no discriminación, ¿no?
-Ya, pero eso los beneficia en el
fondo. No puedes ni discriminarlos, mira tú por dónde.
No me caen bien las personas que
imponen su criterio sin intentar llegar a acuerdos. Esos tiranos inflexibles
que se creen en posesión de la verdad absoluta. Yo soy un amasijo de dudas y
cambio de opinión asiduamente, será por eso.
Además, estoy convencido de que la
seguridad absoluta no es más que una pose; no mostrarse vulnerable para evitar
posibles ataques. La seguridad no es más que un disfraz que adoptan los que
imponen su criterio. El testarudo sabe ponerse la chaqueta de “seguridad en uno
mismo” cuando quiere hacer de las suyas.
Me gusta la gente que relativiza,
que cuestiona, que negocia, que hace autocrítica de vez en cuando y en
resumidas cuentas, que no se toma el eslógan de la marca de su champú favorito como los diez
mandamientos que el dedo de Dios escribió en las tablas de Moisés.
No sé si era en El señor de los anillos donde aparecía un mago que trabajaba tanto por conseguir la propia pureza, en alejarse de fallos y errores, de que cada una de sus decisiones fueran las correctas y sus sentencias certezas, que al conseguirlo se volvía blanco inmaculado y con ello se convertía en el enemigo más peligroso de los protas. En su obsesión por alcanzar la luz, terminaba por ser el más terrible de los señores oscuros. Y es que certezas hay pocas, pero una segura: nada hay más peligroso que un iluminado.
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