Es curioso
cómo todo el mundo parece tener un máster en psicología cuando se trata de
arreglar la vida a los demás. Da igual si el consejo es contraproducente, un
rancio lugar común más o ha sido extraído de un libro de Jorge Bucay; la cosa
es abrir el principio del aparato digestivo para sentenciar lo que el otro
tiene que hacer si quiere salir del atolladero.
Ya lo decían
los Héroes del Silencio en su canción “Entre dos tierras”: ¡Qué fácil es abrir
tanto la boca para opinar!
Lo curioso
es que la mayoría de las veces el asesoramiento recibido no fue ni siquiera
reclamado. Debe ser un esquema aprendido desde la infancia en el que cada vez
que de niños contábamos algo a un adulto, tocaba escuchar una moralina porque
sí.
Todos lo
hacemos en mayor o menor medida. El que no recomienda de manera explícita es
quizás por timidez o falta de confianza con su interlocutor, pero estoy seguro
de que en su fuero interno se forja siempre una recomendación que quiere
estallar como una olla a presión.
-Tengo un dilema muy del primer mundo…
Ando ahí dándole vueltas si pintar la pared del salón de un color vivo o la
dejo blanca, como estaba.
-Sin lugar a dudas, píntala de color
verde limón. En el súper venden unos botes de pintura a muy buen precio. Hazlo
y le das un poco de color a tu casa.
Analicemos
este trozo de conversación aparentemente trivial entre dos interlocutores. El
hablante A ha verbalizado una duda interna que el hablante B ha interpretado
como una petición de criterio no explícita. No debemos dejarnos influenciar por
el intercambio de información tan baladí puesto que este diálogo encierra una
moraleja valiosa.
-Píntala de verde limón y si no te
gusta, te jodes porque total, la pared no es mía.
Lo sé, os
oigo gritar diciendo que vosotros cuando dais un consejo lo hacéis con toda
vuestra buena voluntad y jamás con dolo y yo os creo porque a mí también me
pasa.
A lo que quería
hacer referencia es a la facilidad que tenemos para decidir por los demás y lo
difícil que se nos hace elegir por nosotros mismos por miedo a las secuelas
negativas de una decisión desatinada de la que solo nosotros somos
responsables.
Aunque haya
quien piense que tiene un criterio propio y que nunca se deja influenciar, le
diría que quizás no es consciente de la influencia del entorno. Del mismo modo
que hay quien no emite ningún tipo de parecer por diversos motivos, está
igualmente quien nunca lo reclama ni explícita ni implícitamente. Pero no nos
engañemos, observamos y copiamos decisiones de otros a los que les fue bien o
por lo menos no les fue mal haciendo lo que nos tiene en duda.
“Hay que tomar una decisión y no
sabemos si será buena o mala hasta que la tomemos y veamos sus consecuencias”.
Con este
consejo abierto que me dieron una vez en su día, me di de bruces con la realidad
y descubrí que ser más adulto o menos niño reside en asimilar que toda causa
lleva a un efecto, en la mayoría de las ocasiones imprevisible y que necesitamos buscar cómplices que nos refrenden en
todo momento.
Thomas Alva Edison tomó 999 veces la decisión equivocada. Por eso acertó con la làmpara incasdescente
ResponderEliminarYo la pintaría de.... ¡ay, si nadie me ha pedido consejo! ;-)
ResponderEliminarLa frase completa del titulo la suelo utilizar con frecuencia, incluso mentalmente para mi cuando me siento tentado a dar consejos.
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