Dicen los psicólogos que no somos conscientes de que la
persona con la que más tiempo hablamos y cuya opinión más nos importa no es
otra que nosotros mismos. Recuerdo cómo una profesora nos hizo rellenar un
cuestionario en el que una de las preguntas que había que responder era: ¿Cómo se llama tu mejor amigo/a? Ni qué
decir tiene todo el mundo se extrañó acerca de dicha cuestión y todos pusimos
algún nombre de alguien a quién le concedimos el honor de ocupar un lugar tan
privilegiado en nuestras vidas.
Cuando nos invitó a compartir las respuestas, nos dijo que
todos estábamos equivocados puesto que nuestros mejores amigos éramos
nosotros mismos.
El autodiálogo o nuestra corriente de pensamiento nos pasa
desapercibido, nos hemos habituado hasta tal punto a él que a veces no somos
conscientes de su poder.
¿Quién se libra de empequeñecerse llevando un déspota
maltratador emitiendo juicios de valor negativos veinticuatro horas al día? La
autocrítica llevada al extremo hace más daño que el látigo del peor de nuestros
enemigos.
¿Quién no se convierte en un ser extremadamente soberbio y
prepotente siendo portador de una voz interna que manifiesta apoyo
incondicional a todas sus acciones? El autoelogio desorbitado engendra
especímenes cargantes e insufribles.
En teoría nunca estamos solos puesto que nuestra propia
compañía no debería resultarnos despreciable. Nos pasamos el día de la mano de
la persona que más nos importa y a veces somos ajenos a semejante perogrullada.
Tiene que venir un meapilas a recordárnoslo.
Y sin embargo, por muy conscientes que seamos de ello,
seguimos incurriendo en el error de infravalorar nuestro propio criterio.
La seguridad en uno mismo debe ser un estado de consciencia
más o menos estable de dicha realidad, respetar la envergadura de nuestras
reflexiones y pensamientos. En definitiva, ser conocedores de la repercusión de
nuestro propio juicio.
Por eso no me despego de mi sombra.
ResponderEliminarAmén.
ResponderEliminar