jueves, 8 de enero de 2015

AL CIELO O AL INFIERNO



Hoy  me dio por pensar en qué sería de la sociedad actual si todos y cada uno de nosotros fuésemos en todo momento realmente conscientes de ser pasajeros a bordo de una nave con destino a ninguna parte (alias muerte) y si los convencionalismos y rituales que sustentan la sociedad capitalista actual no se vendrían abajo si todos tuviésemos un pequeño reloj en la muñeca con una cuenta atrás hasta el fin de nuestros días.

 La negación de la muerte y el instinto de supervivencia son los dos pilares que sustentan la convencionalidad, ¿qué pasaría si el Carpe Diem dejase de ser un tópico para convertirse en un leitmotiv real que gobernase nuestras vidas? ¿La vida sería mejor o peor que ahora?

Quizás la consciencia real y omnipresente de la muerte acabaría con la clase productora que terminaría por aburguesarse y convertir el planeta Tierra en un oasis de hedonistas insostenible que devendría en la aniquilación de la especie humana. O tal vez el hecho de ser conscientes de la fecha de caducidad del prójimo en todo momento nos haría  ser más empáticos.

Lo confieso, el tema muerte me obsesiona. Pienso en ella a diario y me hace meditar muy a menudo. Algunas veces, el hecho de pensar en ella me ayuda a relativizar el miedo que le tenemos. ¿Qué  más da todo si al fin y al cabo vamos todos al mismo sitio?  ¿por qué nos empeñamos en arrebañar unos cuantos míseros e insignificantes años a la vida si la muerte es eterna?

Otras veces, me causa una tristeza infinita. Somos tan sumamente antropocéntricos aún que necesitamos creernos perpetuos e inventamos mil formas de sobrevivir a la muerte (cielos, reencarnaciones e incluso infiernos)

El infierno da muchísimo miedo,  el cielo no tiene tanto tirón, quizás porque si existiese sería una tierra despoblada, ¿o acaso podemos esperar que algún ser humano que viva en sociedad cumpla los requisitos para ingresar dentro del mismo?

Por eso no creo en lo que dicen los psicólogos de que no hay que castigar o amenazar a los niños sino recompensarlos cuando hagan algo bien. El infierno mueve más conciencias que la promesa de un paraíso para justos.

No sé, supongo que el hecho de que hoy casi me atropella un coche al cruzar un paso de peatones ha contribuido en gran medida a esta reflexión tan tremendista.

 

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