lunes, 29 de junio de 2015

¿DE VERDAD CREES EN EL DESTINO?


Nos gusta pensar que lo que ocurre obedece a una lógica o tiene algún tipo de sentido y pertrechados de nuestra razón humana que encorseta todo lo que percibimos dentro del  parámetro causa-efecto, nos empeñamos en ver causalidad donde a lo mejor no la hay.

Me explico. Me estoy refiriendo a ese arrebato de justicia divina que nos da cada vez que consideramos que se ha cometido una injusticia con nosotros o con alguien a quien estimamos.

-“No te preocupes, el tiempo pone a cada cual en su sitio”.

-“¿Cómo puede existir semejante ser tan pérfido e insensible? Seguro que acabará mal por todo el daño que está haciendo a quien le rodea”.

Nos volvemos unos auténticos deterministas pensando que todo lo que ocurre tiene que ser solo de esta forma y que no existe el libre albedrío, todo obedece a un plan. Nos gusta rozar el providencialismo pensando que a cada cual le llegará su merecido en base a lo establecido por una fuerza justiciera que no descansa jamás aunque a veces se empeñe en mostrarse ausente.

-“Tú no te apures, que lo que esté para ti, no te lo quita nadie”.

¡Ay! ¿Quién es el que decide el lugar de cada cual y lo que nadie te puede arrebatar por ser tuyo antes de que empezases a existir? ¿Acaso todo lo que nos sucede es lo que nos merecemos? ¿No existe la “casualidad” y el azar? ¿Todo es “causalidad”?

Esta forma de pensar no son más que postulados prácticos que elevamos a la categoría de máxima universal irrevocable: “El que la hace, la paga”.

Parecemos olvidarnos de que el hecho de que un suceso preceda a otro no necesariamente implica que sea su causa. Si veo un gato negro y más tarde me atropella un coche, solo un ingenuo supersticioso culparía al inocente minino del accidente.

Y sin embargo, nos gusta pensar que existen castigos para nuestros verdugos, que  de aquí nadie se va sin recibir  “lo suyo”, como si en nuestras fugaces existencias  pudiésemos sentirnos dueños de algo (¿qué es tu esperanza de vida de ochenta y pocos años frente a la eternidad?)

Quizás lo que empezó como un bálsamo o un consuelo, lo fuimos disfrazando de lógica y finalmente caímos en la trampa de elevarlo a verdad incuestionable.

Por eso a mí, cuando alguien invoca a esa justicia universal que castigará o premiará una mala o buena acción diciendo: “al final todo acabará dando sus frutos”; me gusta añadir una inocente disyuntiva y aguar la fiesta: “o a lo mejor no”

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