lunes, 2 de febrero de 2015

ME HALAGAN LUEGO EXISTO


¿Dónde está el límite entre el cumplido con buenas intenciones y la lisonja barata de la que se espera obtener una buena tajada?

¿Cuál es la diferencia entre el que sabe valorar y reconocer lo positivo que tenemos o hacemos por y para los demás y el cobista que quiere comprar tu aprobación a golpe de alabanza ficticia o sobreactuada?

¿En qué momento malinterpretamos una atención benévola tomándola por una adulación rastrera y oportunista o a la inversa?

¿Por qué no existe un mecanismo que permita distinguir claramente al abyecto lameculos, al vil pelotillero, al ruin tiralevitas, al despreciable chaquetero que nos dora la píldora para conseguir de la forma más innoble nuestro favor?

¿Por qué es tan fácil ganarse a alguien a golpe de agasajo?

¿Será que el primer mundo y su sobrealimentación buscan el reconocimiento social a toda costa? ¿O que en el fondo nuestro mecanismo interno es insultantemente poco sofisticado, capaz de ponerse en marcha con un irrisorio camelo por parte del prójimo?

¿Será que al odiar al pelota odiamos en el fondo nuestra naturaleza ingenua, capaz de sucumbir al elogio?

¿Y qué hacer para blindarnos contra el ditirambo y abrirnos a la crítica constructiva?

No, tampoco queremos censura ni al detractor con su látigo azotando nuestra débil autoestima construida a base de zalamería y arrumacos provenientes de seres tan serviles como aprovechados.

Queremos que nos den jabón sin ser conscientes de ello, que nos regalen la oreja fundamentando cada piropo como si fuese de verdad certero.

Lo que de verdad perseguimos es ser admirados como pieza de museo por algo tan simple como una nueva camiseta, un cinturón “low cost”, una falsificación de un perfume por la que regateamos a un vendedor ambulante, un frívolo cambio de peinado, una nueva tonalidad de laca de uñas.

Lo que de verdad queremos es huir de la mediocridad que encorseta, la vulgaridad que nos tiraniza.

Y si para ello hay que entregarse a la infame lisonja, nos tapamos los ojos y los oídos como señal de rechazo, dejando un ligero hueco entre los dedos y sin llegar a taponar totalmente el canal auditivo para poder contemplar y escuchar a nuestro ferviente admirador hipócrita.

 

 

 

1 comentario:

  1. Esta vez no estoy tan de acuerdo. Siempre me he tomado el peloteo como una ofensa a mi inteligencia; quiero creer que soy capaz de distinguir al peloteo rastrero del, como tú describes, "piropo bien fundamentado", claro. No sé, pienso que, al igual que tú defendías en otro post que no hay mayor crítico hacia uno mismo que uno mismo, también pienso que no hay piropo más satisfactorio que el uno mismo se echa cuando está orgulloso de veras.

    ResponderEliminar