¿Quieres saber qué es para ti lo fundamental? Imagínate que
te queda una hora de vida ¿qué harías? Con esta pregunta, un filósofo francés
cuyo nombre no recuerdo pretende hacernos reflexionar sobre cuáles son nuestras
auténticas prioridades.
Hombre, como arma reflexiva está muy bien, supongo; pero yo,
si de verdad me quedara una hora de vida, la dedicaría a hacerme caca encima,
porque teniendo en cuenta lo aprensivo e hipocondríaco que puedo llegar a ser,
me visualizo mirando al techo paralizado y ojiplático.
Si el dolor de un simple padrastro en el dedo índice me hace
descender al noveno círculo del infierno que describió Dante en la Divina
Comedia (allí junto a Judas Iscariote y Bruto y Casio, los asesinos de Julio
César, jugando a las palabras encadenadas con ellos) no quiero ni pensar qué
sería de mí si me comunicaran que sólo dispongo de sesenta minutos más.
En cualquier caso, si a vosotros os vale el ejercicio
revelador de prioridades, ahí lo tenéis. Yo, prefiero quedarme con la duda de saber
qué es lo que realmente me importa en esta vida, aparte de no saber cuándo se
me va a acabar. Quizás sea eso lo que de verdad me importa, no saber mi fecha
de caducidad, si es que eso se puede considerar prioridad de alguna manera.
“Je ne veux pas savoir” (No quiero saber) como me dijo mi
tutora con la que trabajé en Francia como auxiliar de conversación en lengua
española un año, cuando la llamé desesperado desde Londres porque había perdido
el vuelo a Lyon y no sabía cuándo iba a llegar al liceo.
“Cela ne me regarde
pas, desolée” (No es
asunto mío, lo siento)
Esa fue una de las primeras bofetadas laborales que a mis
tiernos 23 añitos me hicieron despertar del semiletargo.
Aunque la maldije, hoy por hoy le agradezco enormemente que
se desentendiese de mí por todo lo que me vi obligado a aprender.
Y allí estaba yo, en un Bed and Breakfast cercano al
aeropuerto de Londres en el que me vi forzado a invertir los ahorrillos que tenía por haber perdido la conexión del
vuelo a Lyon, chapurreando a duras penas un francés macarrónico con el que me
embarcaba en aquella aventura gala para explicarle a la buena “madame” que no había sido mi culpa que
se hubiese retrasado uno de los vuelos con un vocabulario de unas 300 palabras
incluyendo el “Voulez-vous coucher avec
moi ce soir?” que todo el mundo conoce aunque no sepa ni papa de francés.
Como ella se había comprometido a recogerme del aeropuerto de
Lyon, yo me despreocupé de todo. No había internet por aquella época. No era
tan fácil moverse como ahora. Hasta tuve que inventarme una historia para que
me dieran algo de pan en la cafetería para cenar porque no aceptaban mi
tarjeta de crédito y no había cajeros automáticos en veinte kilómetros a la
redonda. Hubiese bastado con contarles la verdad para que me hubieran ofrecido
algo de comer sin necesidad de decirles que era vegano (tras examinar
escrupulosamente todo el menú y comprobar que todos los platos llevaban carne),
pero mi inexperiencia juvenil me empujó a la picaresca.
Ahora eso sí, esto me llega a pasar ahora con lo que la vida
me ha enseñado y le cae a la “madame” una
buena. ¡Qué rabia me da haber sido tan ingenuo e inexperto en aquella época!
Non, je ne
veux pas savoir! No
quiero saber lo que me depara la vida. Prefiero el misterio y la intriga. Así
que, supongo que al final el ejercicio de figuración ha dado sus frutos desvelándome
que prefiero lo ignoto y la sorpresa, o si preferís, el lavarme las manos, al
igual que hizo mi tutora francesa porque mi fecha de caducidad “ne me regarde pas” , es decir, no es
asunto mío.
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