Existe una delgada
línea que separa el bien del mal, lo positivo de lo negativo, lo deseable de lo
detestable y lo grandioso de lo ridículo.
Hay que andarse con
cuidado a la hora de mencionar los puntos fuertes propios porque el límite
rebasado te convierte en un fanfarrón al que todo el mundo ridiculiza a sus espaldas.
Cuidado con transigir y
actuar de manera generosa, exceder la linde te convierte en un papanatas del
que todos abusan.
No bajes la guardia a
la hora de intentar hacer reír a los demás, si traspasas la frontera, todo el
mundo renegará de tu cargante y fatigoso carácter.
Mira a tu alrededor
cuando veas tu belleza en su apogeo y piensa que más que una virtud es un
estado transitorio que a veces te lleva a tratar con desdén y despotismo a los
menos agraciados. Recuerda que si pasas la frontera adquirirás tintes divinos y
te harás inaccesible al cariño carnal.
Mezcla en un recipiente
transparente un poco de vanagloria y soberbia, otro de estupidez, una buena
dosis de ridículo y sin sentido y remuévelo bien hasta mezclarlo con la base de
mortalidad que venden en cualquier sitio. Deje reposar la masa antes de añadir
los siguientes ingredientes: un puñado de sentimiento de culpa, otro de piedad,
una cucharada sopera de amor-odio y dos
cucharaditas de distracción. No olvides aderezarlo con una pizca de impaciencia, neurosis y miedo a
lo desconocido. Mételo con cuidado en el horno a potencia media para no matarlo
antes de tiempo y obtendrás la pasta de la que está hecha cualquier ser humano
perdido en la vida.
Las fronteras están
hechas para contener esa pasta-base que se empeña en salir del molde que la
retiene.
Tened mucho cuidado.
Creo que es una buena receta para mantener la linea.
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