jueves, 16 de enero de 2014

EL CÁLIDO CONFORT DE LO PREVISIBLE.


Desde que ingresé en el colegio a la tierna edad de 3 años hasta que terminé la carrera con 21 años, mi vida se convirtió en una sucesión previsible de objetivos a corto-medio plazo: aprobar el curso para pasar al siguiente. Mentiría si dijera que todo fue un camino de rosas y que no hubo traumas. Yo soy mucho de ver trascendentalidad donde quizás no la haya y me pasaba unas cuantas noches en blanco cada vez que acababa una etapa. De párvulos a primaria, de primaria a segunda etapa de EGB, de EGB al BUP, del BUP al COU y del COU a la universidad. Luego llegó la gran bofetada de afrontar el mundo laboral (me temo que de esa etapa aún no estoy del todo resarcido)
Mi primer trabajo fue como vendedor de libros en el departamento de librería de unos grandes almacenes. Recuerdo perfectamente cómo fue todo. Un día, me imprimí un currículum donde me inventé la experiencia laboral previa. Podría haber sido sincero y haberla dejado en blanco, pero opté por hacer como  Maite Zaldívar y mentí. El caso es que como entregué currículums diferentes “adaptados” a los puestos de trabajo a los que aspiraba y prácticamente liquidé una hectárea de selva virgen brasileña en lo que se refiere al consumo de papel, cuando me llamaron para la entrevista, no tenía ni idea de lo que había puesto y si ya iba nervioso por tener que enfrentarme a mi primera entrevista de trabajo, ahora encima tenía que intentar “defender” mi supuesta valía haciendo referencia a los datos que no recordaba.
Para mí era todo un mundo ser entrevistado por un jefe de recursos humanos; tan importante era que cuando le di la mano noté cómo el cazatalentos se secaba la suya al rato de lo que me sudaban a mí las mías.
Tomé asiento y de repente fui consciente de que tenía ojos y brazos porque no tenía ni puta idea de qué hacer con ellos en ese momento: si los cruzo va a pensar que no estoy interesado, si lo miro fijamente va a pensar que soy un arrogante, si me nota nervioso va a pensar que no valgo para esto.
Es curioso que cuanto más se esfuerza uno por ser natural, más artificial queda. En cualquier caso, no debió de salirme muy mal la entrevista puesto que me contrataron.
Lo que más me llamó la atención fue que no me preguntaron nada sobre mi experiencia laboral fantasma previa, tal vez porque no se la creyera. Me preguntaron, eso sí, por la profesión de mis padres. La verdad es que la pregunta me pilló absolutamente desprevenido pero como yo iba empeñado en mentir, acabé haciéndolo.

-Mi madre es profesora de literatura y mi padre regenta un pequeño negocio.

-¿Y tú lees?

De repente le perdí el respeto por completo. Si he estudiado filología, ¿cómo no voy a leer? Me até la lengua porque tenía que caerle bien a toda costa.
Nunca me he visto la cara que pongo cuando intento caer bien a alguien a toda costa, pero yo me imagino que los querubines deben tener la misma expresión.
Le dije que sí que leía y que por eso elegí estudiar filología inglesa.
La siguiente pregunta fue que cuál era el libro que estaba leyendo en ese momento.
Yo estaba preparándome el examen libre de italiano de la escuela de idiomas y estaba leyendo un libro en italiano de Oriana Fallaci “Carta a un Niño Nunca Nacido” (Lettera ad un Bambino Mai Natto) pero tampoco me pareció adecuado hacerle ver a mi contratante que estaba leyendo un libro sobre el aborto así que volví a mentir y le dije que estaba leyendo “Los Pilares de la Tierra” de Ken Follet (nunca lo he leído y no pienso hacerlo) porque se trataba de  un bestseller suficientemente conocido como para que a él le sonara y suficientemente largo como para que no se lo hubiese leído.
Me sentí un poco mal cuando el entrevistador se interesó por la profesión de mi madre, la pobre es analfabeta. Por un momento me dieron ganas de decirle que le había mentido y que en realidad no sabía leer ni escribir pero que yo me empeñé en enseñarla a firmar cuando tenía ocho años porque me parecía humillante que tuviera que poner el dedo en el carné de identidad en el apartado: “Firma del titular/ No sabe”.
Quizás si le hubiese contado la verdad le hubiese caído en gracia y o bien me hubiese adscrito a otro departamento o simplemente me hubiese hecho un contrato con más miga. Sólo conseguí un contrato de quince días en el departamento de librería para la feria del libro, todo por culpa de la carrera fantasma de filología de mi madre y de Ken Follet.
Fueron sólo quince días los que estuve en aquellos grandes almacenes, suficientes para darme cuenta de que a partir de aquel momento, el confort en el que me había instalado desde los tres años poniéndome como meta aprobar y pasar de curso se había acabado para siempre.

 

Continuará.

 

2 comentarios:

  1. Desgraciadamente, la etapa de estudiante dista mucho de la de trabajador. Bienvenido al mundo real.

    Por cierto, yo sí he leído "The Pillars of the Earth", dos veces. Además, tengo la serie en Blu-ray.

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  2. Tu madre no tendra ninguna carrera pero su intelecto " materno - conyugal-fraternal- ..."ha permitido las nuestras. ¡ viva la madre que te pario!

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