Desde que
ingresé en el colegio a la tierna edad de 3 años hasta que terminé la carrera
con 21 años, mi vida se convirtió en una sucesión previsible de objetivos a
corto-medio plazo: aprobar el curso para pasar al siguiente. Mentiría si
dijera que todo fue un camino de rosas y que no hubo traumas. Yo soy mucho de
ver trascendentalidad donde quizás no la haya y me pasaba unas cuantas noches
en blanco cada vez que acababa una etapa. De párvulos a primaria, de primaria a
segunda etapa de EGB, de EGB al BUP, del BUP al COU y del COU
a la universidad. Luego llegó la gran bofetada de afrontar el mundo laboral
(me temo que de esa etapa aún no estoy del todo resarcido)
Mi primer
trabajo fue como vendedor de libros en el departamento de librería de unos
grandes almacenes. Recuerdo perfectamente cómo fue todo. Un día, me imprimí un
currículum donde me inventé la experiencia laboral previa. Podría haber sido
sincero y haberla dejado en blanco, pero opté por hacer como Maite Zaldívar y mentí. El caso es que como
entregué currículums diferentes “adaptados” a los puestos de trabajo a los que
aspiraba y prácticamente liquidé una hectárea de selva virgen brasileña en lo
que se refiere al consumo de papel, cuando me llamaron para la entrevista, no
tenía ni idea de lo que había puesto y si ya iba nervioso por tener que
enfrentarme a mi primera entrevista de trabajo, ahora encima tenía que intentar
“defender” mi supuesta valía haciendo referencia a los datos que no recordaba.
Para mí era
todo un mundo ser entrevistado por un jefe de recursos humanos; tan importante
era que cuando le di la mano noté cómo el cazatalentos se secaba la suya al rato
de lo que me sudaban a mí las mías.
Tomé asiento
y de repente fui consciente de que tenía ojos y brazos porque no tenía ni puta
idea de qué hacer con ellos en ese momento: si los cruzo va a pensar que no
estoy interesado, si lo miro fijamente va a pensar que soy un arrogante, si me
nota nervioso va a pensar que no valgo para esto.
Es curioso
que cuanto más se esfuerza uno por ser natural, más artificial queda. En
cualquier caso, no debió de salirme muy mal la entrevista puesto que me
contrataron.
Lo que más
me llamó la atención fue que no me preguntaron nada sobre mi experiencia
laboral fantasma previa, tal vez porque no se la creyera. Me preguntaron, eso
sí, por la profesión de mis padres. La verdad es que la pregunta me pilló
absolutamente desprevenido pero como yo iba empeñado en mentir, acabé
haciéndolo.
-Mi madre es
profesora de literatura y mi padre regenta un pequeño negocio.
-¿Y tú lees?
De repente
le perdí el respeto por completo. Si he estudiado filología, ¿cómo no voy a
leer? Me até la lengua porque tenía que caerle bien a toda costa.
Nunca me he
visto la cara que pongo cuando intento caer bien a alguien a toda costa, pero
yo me imagino que los querubines deben tener la misma expresión.
Le dije que
sí que leía y que por eso elegí estudiar filología inglesa.
La siguiente
pregunta fue que cuál era el libro que estaba leyendo en ese momento.
Yo estaba
preparándome el examen libre de italiano de la escuela de idiomas y estaba
leyendo un libro en italiano de Oriana Fallaci “Carta a un Niño Nunca Nacido” (Lettera ad un Bambino Mai Natto)
pero tampoco me pareció adecuado hacerle ver a mi contratante que estaba
leyendo un libro sobre el aborto así que volví a mentir y le dije que estaba
leyendo “Los Pilares de la Tierra” de Ken Follet (nunca lo he leído y no pienso
hacerlo) porque se trataba de un
bestseller suficientemente conocido como para que a él le sonara y suficientemente
largo como para que no se lo hubiese leído.
Me sentí un
poco mal cuando el entrevistador se interesó por la profesión de mi madre, la
pobre es analfabeta. Por un momento me dieron ganas de decirle que le había
mentido y que en realidad no sabía leer ni escribir pero que yo me empeñé en
enseñarla a firmar cuando tenía ocho años porque me parecía humillante que
tuviera que poner el dedo en el carné de identidad en el apartado: “Firma del
titular/ No sabe”.
Quizás si le
hubiese contado la verdad le hubiese caído en gracia y o bien me hubiese
adscrito a otro departamento o simplemente me hubiese hecho un contrato con más
miga. Sólo conseguí un contrato de quince días en el departamento de librería
para la feria del libro, todo por culpa de la carrera fantasma de filología de
mi madre y de Ken Follet.
Fueron sólo
quince días los que estuve en aquellos grandes almacenes, suficientes para
darme cuenta de que a partir de aquel momento, el confort en el que me había
instalado desde los tres años poniéndome como meta aprobar y pasar de curso se había
acabado para siempre.
Continuará.
Desgraciadamente, la etapa de estudiante dista mucho de la de trabajador. Bienvenido al mundo real.
ResponderEliminarPor cierto, yo sí he leído "The Pillars of the Earth", dos veces. Además, tengo la serie en Blu-ray.
Tu madre no tendra ninguna carrera pero su intelecto " materno - conyugal-fraternal- ..."ha permitido las nuestras. ¡ viva la madre que te pario!
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